miércoles, junio 14, 2006

Un pajaro cuenta algo que vió

Mashkú kyaroru pateó unas piedritas que cayeron hasta el río sin tocar nunca la pared de la montaña. Pensó en lanzarse a si mismo también, de una patada en la espalda, pero enseguida descartó la idea porque después no habría nada.

Aunque nadie había por kilómetros y kilómetros, siguió fingiendo que su brazo izquierdo estaba paralizado. También cojeaba levemente. Pero ya no recordaba si esto era a causa de una herida verdadera o si era otra charada.

Pero había alguien, que lo miraba ahora con ojos tristes, ahora enojadísimos, mientras pelaba la corteza de la rama en la cual estaba sentado. Y Mashkú kyaroru hubiera temblado de miedo de haber sabido quien era este hombre que lo vigilaba desde las alturas.

Hacía días que Mashkú no miraba hacia arriba, ¡Semanas!. Y tampoco le llegaban los sonidos que hacía su observador al arrancar la corteza. Los tapaba el suave arrastre del rio, y el viento que se lleva todo.

Había un indicio de la presencia de alguien más, pero Mashkú kyaroru era demasíado estúpido e ignorante para notarlo. Se trataba de una colilla fresca de cigarrillo rubio. Estaba en perfectas condiciones a pesar de las recientes lluvias.

Y así pasaron unos años, uno pateando piedras, y el otro asechando arriba en el árbol. Y yo los miraba a ambos sin ser visto. A mis anchas entre las ramas y el aire. Esperando la confrontación.

Pero se hicieron viejos y nada ocurrió. Murieron el mismo día, con dos horas de diferencia el uno del otro. El ultimo en morir fue Mashkú kyaroru, y quedó en tal posición que sus ojos miraban la rama con el cadáver del otro. Pero ya no veían nada y se iban agrisando.

jueves, junio 01, 2006

Sr. Boyd

El Sr. Boyd retira el envoltorio de plástico que cubre sus nuevos binoculares.

Sr. Boyd: ¡Que admirable manufactura! ¡Podré avistar todo tipo de aves a gran distancia!
Sra. Boyd: Son estupendos, Henry. Y así podremos ver que hacen los vecinos.
Sr Boyd: (La sonrisa desaparece rápidamente de sus labios) ¡Margaret!... Espero que sea una humorada, e incluso así me parece inadmisible. Hay cosas que no… que no… Ni siquiera en broma.
Sra. Boyd: (realmente afligida) Lo lamento Henry, era una broma, lo juro.
Sr. Boyd: Lo se, querida. Pero hay líneas con las que ni siquiera hay que jugar.

El Sr. Boyd en el museo

Sr. Boyd: Diablos, he extraviado mi pañuelo.
Richard: (riendo) Aquí tienes el mío, Henry. Cada vez que vienes a Ámsterdam es lo mismo, lloras como un niño.
Sr. Boyd: Es que estos cuadros, Richard… Y ese bendito hermano que tenía, ese bendito Teo. ¡Mira ese amarillo!

El Sr. Boyd ante la cosa más bella del mundo.

Sr Boyd: Las… palabras… no alcanzan. Es… increíble…
Sra. Boyd (sonrojada): Henry, ni siquiera traigo maquillaje.

ERNESTO

ernesto necesita dos espejos para mirar su tatuaje. Como solamente tenemos uno, usa los ojos de Natasha que deforman la imagen haciéndola más bella y cóncava. Pero mis ojos no le sirven, que se tragan todo, que absorben y asesinan lo que ven.
A veces no le hace falta mirarlo. A veces la tinta se pone roja de calor y siente con detalle los contornos y las formas, siente la imagen y es como si la viera con el cuerpo; como veían los hombres antes de inventar el sol.
Y su piel suelta un olor a asado con cuero, que llena el cuarto y casi puede verse, como se ve el calor en el desierto cuando deforma el horizonte y lo hace temblar con la ilusión de un oasis. Y el olor hace que las ratas salgan de sus agujeros y busquen con sus dientes la carne y la tinta de ernesto. Pero no las mueve el hambre (los pedazos de carne que arrancan los escupen en el suelo). Lo hacen con el afán religioso de las ratas, que consiste en destruir todo lo que no tiene dueño.
Yo nunca vi el tatuaje, pero Natasha me cuenta que ocupa toda su espalda y se extiende más allá de su piel, superando hacia arriba los omoplatos y hacia los costados las raquíticas costillas. A mi me parece imposible, pero en la mirada de Natasha y en el temblor de su voz, no hay ni humor ni engaño.
ernesto finge desconocer el origen de la imagen que, plasmada en su piel, se filtra en nuestros sueños. Pero cuando habla de sus viajes, siempre esquiva la Arabia que yo se que conoce. La Arabia en donde se tatúan los hombres con la tinta que da su color a la arena y al agua.