-Yo a este hombre lo conozco del barrio de mi infancia.-dijo Joaquim-Ya debe ser muy viejo. Ya tendrá más de cien años… o estará muerto.-
El presidente, que sentía que el cuadro representa su firmeza a la vez que su compasión, se vio herido en su orgullo. –Lo dudo, Sr. embajador, pues el hombre de la imagen soy yo, y el cuadro es un obsequio personal del rey.
-Sin embargo aun cabe una duda, ¿verdad?-
-No comprendo-
-Digo, podría tratarse del hombre que yo conocí hace tantos años.-
-¿Quién?-
-El del cuadro-
-Pero soy yo. Se trata de mí.-
-Si Ud. lo dice-
-Posé para el retrato. Vi avanzar la obra-
-Aun así…-
El presidente miró en todas direcciones buscando algún escape inmediato. Elena, su secretaria, pasaba con unos papeles y un llavero lleno de llaves idénticas.
-Melina.- Dijo el presidente y enseguida trató de pensar algo para decirle.
-¿Si, Sr. presidente?-
-Por favor dígale a los delegados que ya mismo estaremos con ellos.-
-Bien, Sr. Presidente- Elena dudó un instante y se animó –Mi nombre es Elena, Sr. presidente, no Melina.-
Joaquim avanzó hacia ella y la tomó de los hombros. – ¡El nombre de mis hermanas!- Hizo un gesto como si estuviera por abrazarla y se arrepintiera. -¡Elena! ¡Elenita! Las he echado de menos.-
Elena, por motivos que ella misma no comprendía, se sintió segura y frágil al mismo tiempo, y sintió que tal vez las manos de aquel hombre sobre sus brazos tenían algo que ver. Antes de hablar lo miró un instante a los ojos. –Permiso, Sr. Embajador. Sr. Presidente...- y se fue como apurada haciendo ruido a cascabel con las llaves.
El presidente estaba confundido y una leve arritmia amenazaba con ganar terreno. -Conozcamos a los delegados, Sr. Embajador.-
-Si, tengo la impresión de que serán de mi agrado.-
Caminaron por el pasillo, y, a pesar de los esfuerzos del presidente, sus manos se tocaban al caminar. El presidente se alejaba, y Joaquim se volvía a acercar hasta tocarle la mano. Llegó el punto en que el presidente ya no caminaba sobre la alfombra roja sino sobre el mármol, y se acercaba peligrosamente a la pared.
Joaquim se detuvo -Tal vez duerma una siesta antes. ¡Imagine la vergüenza si bostezara frente a los delegados! Por precaución, será mejor que me acueste unos instantes.- Mientras hablaba se iba quedando dormido y cada vez caminaba más lento. Cuando alcanzaban la puerta del salón principal, balbuceó algo sobre el sodio y empezó a roncar en la mitad de un paso suspendido.
-A mi nadie me hace esto- Murmuró el presidente cuando estuvo seguro de que Joaquim no podía oírlo. Después se agachó y le desató los cordones.