miércoles, diciembre 17, 2008

Qué confusión más divertida

Estoy parado hace rato mirando una puerta angosta que apareció en la pared de mi cuarto. Ayer no estaba. Cuando salí hoy de casa no estaba.

¿Alguien entró, rompió la pared y puso una puerta? Pero no hay polvo en el piso. La puerta parece haber estado ahí siempre.

¿Qué habrá del otro lado? Serán mis vecinos, la familia Bonisano, comiendo un pollo frente a la tele. Tal vez querían vivir en la misma casa conmigo y como no se animaban a pedirme mandaron a poner una puerta.

Debo abrirla pero no me atrevo.

¡Debe ser un portal! Un fenómeno sobrenatural. Es la puerta a un lugar asombroso ¿O terrible?

Tal vez hay una casa idéntica del otro lado de la puerta con otro yo, y tal vez el otro yo también está parado ante la puerta y no se anima a abrirla.

O la puso el gobierno.

Esta puerta no estaba acá esta mañana.

Voy a abrirla. Soy valiente. Fuerza. Ahí va.

¿Toallas? ¿Remedios? Esto no es una puerta, es un armario. Y ahora que lo pienso, yo no tengo un inodoro en el cuarto.

viernes, diciembre 05, 2008

Alfombra roja

Este blog ha sido premiado con un "SID 2.0 Blog Award" en la categoría "A este blog hay que publicarlo". El merito es doble, porque el comité de selección admite no haberlo leido nunca. Bien Mat.


Mas información sobre los SID Blog Awards

lunes, diciembre 01, 2008

En el pasillo

El otro día, a un vecino de mi edificio la mujer le puso la ropa en el pasillo y le cerró la puerta con llave. El tipo estuvo gritándole borrachadas inentendibles como por una hora, golpeando la puerta o acostado en el piso. Muy desagradable. Todos los vecinos en el pasillo mirando, por algún extraño motivo había varios bebés presentes, llorando. Vino la policía y se lo llevó. Pero parece que hoy la mujer lo dejó volver, porque todos los vecinos recibimos esta carta firmada por el borracho:

Queridos vecinos:

El día del incidente tocaron mi timbre cinco hombres de traje y cuando bajé me preguntaron si estaba sólo. Les dije que sí, que estábamos Sultán y yo. Dos de los hombres empezaron a hablar al mismo tiempo pero enseguida se detuvieron para dejar hablar al otro. Decí, decí, le dijo uno al otro, y el otro me preguntó si Sultán era algún tipo de animal doméstico. Un perro, dije yo, y se hizo un silencio largo en el que los dos que habían hablado asintieron varias veces. Después todos miramos al que se había quedado sin formular su pregunta, esperando a que lo hiciera, pero él se encogió apenas de hombros y dijo, iba a preguntar lo mismo. Otro largo silencio siguió y tuve que invitarlos a pasar, para no seguir haciendo papelones en la vereda, a las tres de la tarde y nada menos que en una fecha patria.

Apenas cruzar la puerta de entrada, los cinco se sacaron el saco y empezaron a mirar alrededor. Suponiendo que buscaban alguna percha o ropero donde colgar sus sacos, apreté un botón invisible en la pared y se materializaron dos grandes módulos, uno rojo y el otro también, que giraban a la velocidad del tiempo.

“Lo sospechábamos” dijo uno de los cinco (creo que el tercero), “¡tecnología xigor!”. Viendo que por mera torpeza había develado mi secreto, recurrí a la violencia. Los cinco hombres y yo nos enfrentamos en la precisa danza mortal del Karate. Nos hicimos tomas de Karate e intercambiamos golpes mortales hasta pasada la medianoche.

Se fueron derrotados, pero a los pocos segundos regresaron. Ahora tenían una actitud amistosa y estaban vestidos elegante sport. Querían que los acompañara a Flores a buscar unas cajas. Accedí gustoso, porque a mi las cajas me parecen bien. Pero claro, era todo una estrategia para hacerse con mi tecnología extraterrestre, y no bien llegamos a la esquina se echaron a correr a toda velocidad hacia mi casa.

Como yo siempre dejo las puertas del edificio entreabiertas por si tengo que volver, pudieron entrar a mi domicilio con sobrada facilidad, y lo que es peor, cerraron la puerta del departamento, impidiendo que entrara tras de ellos y les hiciera tomas de Karate en la cara y en el cuerpo.

Y sí, lo admito, me enojé. Dije cosas de las que me arrepiento. Les ruego acepten mis disculpas.

Luis


Ahí termina la carta. Luis no explica porqué estaba toda su ropa en el pasillo.

viernes, noviembre 28, 2008

En la cabeza

Me quedé dormido con un pié adentro de un arroyo y el agua al golpear mis dedos forma una pequeña ola que atrae a los peces. Sobre el pecho tengo un libro viejo que mi mano dormida apenas protege. Una página suelta se levanta con una suave ráfaga de viento y se apoya en mi cara, balanceándose delicadamente sobre mi nariz. Cómo si estuviera despierto pienso, esa página ya la leí, que se moje. Respondiendo al desafío, un soplo de viento la levanta y, haciéndola girar como una hélice, la deposita con suavidad en la mitad del arroyo. Por unos momentos resiste la corriente como enganchada en un junco y después se va, esquivando las rocas, hacia la cascada.

Bajo la sombra del árbol, empiezo a soñar. Sueño que el arroyo es un río y que la corriente me arrastra como a una hoja en el agua. Yo sé que estoy soñando, y me dejo llevar sin miedo, pero pronto noto que estoy yendo directo hacia una cascada e intento despertar. Cierro los ojos y trato de pensar en el arroyo, en el árbol, trato de acordarme del libro que leía antes de dormirme. “Los peces, atraídos por las olas que hacía el agua en el salto, se caían por la cascada y morían contra las rocas.” Siento terror al pensar que tal vez esa frase estaba en la página que se voló, temo no poder despertar nunca.

Mi pie choca contra una piedra bajo el agua y el dolor me hace abrir los ojos. El cielo se nubló mientras dormía y ahora el arroyo parece otro, más gris y frío. El pie todavía me duele y lo saco del agua para mirarlo. Está sangrando un poco. Algún pez, atraído por las olas, me debe haber mordido, digo en voz alta mientras me levanto. El libro de desliza por mi pecho y cae al agua. Intento rescatarlo pero la corriente lo arrastra fuera de mi alcance y tengo que correr por la orilla, buscando una rama con la que alcanzarlo. Pero está anocheciendo y me es muy difícil distinguir las formas, tengo la sensación de correr a toda velocidad sin moverme de lugar, pisando algo filoso. El libro ya casi no importa, lo olvidé o desapareció, y sólo me queda una vaga sensación de haber perdido algo importante.

-Está hablando- Dice una voz adentro de mi cabeza
-¿Qué dijo?- Pregunta con tono urgente otra voz un poco más lejana.
-“Perdí algo importante”
-Andá a buscar al doctor-
Cuando abro los ojos la luz me molesta. Ana se da cuenta y enseguida apaga la lámpara y me acaricia la frente.
-Ana.
-Tuviste un accidente, pero estás bien. Te quebraste un pie nada más.- Ana me ayuda a levantar la cabeza para que vea mi pierna enyesada. El yeso tiene su firma y un dibujo de un pez.
-¿Y el kayak?- pregunto con la sensación de seguir soñando
-Se rompió contra las rocas.- Siento alivio, está muerto, pienso.
Cierro los ojos y recuerdo imágenes sueltas de la caída, el remo cayendo a la misma velocidad que yo, mis manos queriendo atajar el aire, el agua helada golpeándome la cara con violencia.

Me despierto empapado. Veo el kayak en el rincón con los esquís apoyados encima. Enseguida reconozco el sótano oscuro y siento terror. Hay olor a vómito, a mierda, a sangre. Me desmayé, pienso ¿Cuánto tiempo? ¿Dónde está Ana? Se la llevó a otro lado, ¡El hijo de puta se la llevó a otro lado! Quiero gritar pero sólo sale un burbujeo pastoso. Jerónimo me sonríe y me tira el balde vacío en la cabeza. En la otra mano tiene un serrucho oxidado lleno de sangre. Atado a la cabeza, como sombrero, tiene mi pie derecho.

viernes, noviembre 21, 2008

Juego

Cantidad de jugadores: 2 o 3

Reglas: Se tiran los dados para determinar quién empieza. El primer jugador dice una palabra cualquiera. El jugador de su derecha debe ahora decir una palabra que juzgue adecuada para continuar la oración. El siguiente jugador hace lo mismo y así sucesivamente hasta que la frase, párrafo o libro parezca terminado.

Advertencias:

1) Para que las frases tenga sentido hace falta que los jugadores no cedan a la tentación de usar palabras determinantes en cada turno. A veces hace falta poner un “con”, un “y” un “para”, un “un”…

2) La locura que te aporta este juego puede hacer que todo lo demás parezca vano y sin sentido.

3) En su turno los jugadores podrán colocar cualquier signo de puntuación, antes y/o después de la palabra.

***

Antes de largarse a jugar alegremente en los comentarios, los invito a leer los que hicimos Quielo y yo. El lector más sagaz podrá leer, entre palabra y palabra, cierta tensión homo erótica:


- Tampoco olvidaremos su hospitalidad cuando, agotados, nos dispongamos a vapulear choferes muertos.



- Hoy presencié un hecho que merece ser catalogado de “bastante recurrente”: una ballena violeta y amarilla en Choele Choel masticaba su droga sin vergüenza ni pudor.



- El único ministerio susceptible a la intransigencia es el de salud.



- Repensar ciertas recurrentes patologías del organismo dominante implica meter inodoros parcialmente en la única e increíble usina desmontable.



- Vomitar en otoño es una sintomatología de nostalgia.



-Claxon ruidoso irrumpió en el infinito comedor diario. Su ruidoso claxon interceptó ondas sonoras de dudosa procedencia. ¡Vaya uno a saber cuántos amperes emitía claxon sin siquiera esforzarse! Pronto olvidaremos aquella triste y gris y amarilla noche de abril.



- “Ciertamente estacionaste de costado”, dijo ella, inspeccionando su cutícula. Violentamente tomó un cactus de peluche y lo empezó a introducir en el estuche de ella, sin advertir la tremenda implicancia moral del acto. Al cuarto día, ella repitió su fechoría pero esta vez metió el cactus de peluche en un pequeño y brilloso sombrero. Él, sin decir nada, empezó a llorar. Esto que cuento nunca volverá a pasar.



- Con desinterés fingido, Emanuel comenzó a morirse. Nunca había nadado en un mar. Tampoco había comido pan ni tomado un vino. De haber llevado otra vida, habría muerto más viejo, pero Emanuel moría sin amigos, sin dinero, sin paraguas. Y moría una mariposita. La tristeza apabullante atravesó, devastadora, mil veces el cuerpo maltrecho de Emanuel.



- Cada domingo, sábado y tercer jueves de octubre los paraguayos de Flores visitan Chacarita. Esto no debe confundirse con el intercambio comunitario que suelen hacer, no sin cierta culpa, los mismos paraguayos cada miércoles, jueves y segundo lunes de octubre, con sus vecinos y camaradas de Boedo.

domingo, octubre 19, 2008

Lo que pasa entre las tres y media y las cuatro

Un dios ve un anuncio en televisión que lo invita a aprovechar una rebaja de hasta ochenta por ciento en enciclopedias de varios tomos. Cambia de canal mientras se apoya una mano suavemente en las costillas, pero enseguida la retira con una mueca de dolor en la cara. Este gesto lo repite cada media hora desde siempre. Raspa una mancha de sangre de su pantalón y hace una llamada telefónica. Son las tres y media de la tarde.

Se para sin convicción y camina hasta la cocina. Se detiene frente a la heladera y permanece inmóvil unos momentos, tratando de recordar su propósito. Después de un rato, y para no volver al sofá con las manos vacías, agarra una hogaza de pan.

Llega el doctor y entra con su propia llave. El dios se saca la remera y pone mute en el televisor. El doctor retira la gasa saturada de sangre, limpia la herida y le pone una gasa nueva, pegándola con metros y metros de cinta. Después se sienta en el sillón y se saca una foto a si mismo junto al dios, que hace un esfuerzo por sonreír.

La dolorosa curación afecta terriblemente los nervios del dios, y cuando el doctor se retira cae en un sueño pesado. Sueña que encuentra una espada en un pastizal. La espada es tan filosa que corta la piedra con la misma facilidad con la que corta el aire.

De pronto se da cuenta de que su herida ha desaparecido y sabe que está soñando. Siente que tiene cierto poder sobre lo que sucede. No puede decidir detalles, pero puede orientar la trama. Decide alejarse de la espada, caminando de espaldas, y sentarse a ver televisión.

En la televisión no hay nada bueno. Cambia de canal mientras se apoya una mano suavemente en las costillas, pero enseguida la aleja. Intenta distraerse del dolor limpiando con la uña una mancha de sangre en su pantalón. Llama por teléfono para averiguar la hora. Después se levanta a buscar los cigarrillos, pero a mitad camino se olvida de lo que estaba haciendo y vuelve al sofá con una hogaza de pan.

domingo, octubre 05, 2008

El Karate-Do

Cuando era Profesor de Karate muchas veces me toco sufrir la incómoda situación de tener que rechazar un soborno. Ocurría con cada nueva camada de estudiantes. Después de terminada la primera clase alguno de mis alumnos se demoraba un poco en ponerse los zapatos, esperando que los demás se fueran, para sacarme el tema cómo al pasar. Decían cosas como “¿Y cuántas tomas son en total… las de Karate?” o bien “La toma de Karate que vimos hoy es muy interesante, ¿Tiene variaciones?”. Y al final, algunos con vergüenza y otros con absoluta desfachatez, me proponían que les enseñara alguna otra toma de Karate a cambio de un dinero extra.

Yo les aseguraba que el ritmo de la clase estaba pensado para que el desarrollo fuera completo, pero no faltaban los que no entendían el mensaje e insistían, a veces aduciendo que ellos tenían una facilidad especial para las artes marciales. “Yo por lo que vi de esta primera clase, me salen las tomas de Karate con bastante facilidad, mucha más que a los otros. A los mellizos colorados les pego a los dos juntos”, decían mientras me arrugaban billetes contra la palma de la mano.

Incluso me hacían ofrecimientos de peor calaña. Recuerdo a una muchacha de dieciséis años que me acorraló contra una pared y me suspiró al oído “Déle, profe, una tomita de Karate. Venga a casa y me muestra cómo se rompen esos tablones tan duros.” Pero yo era incorruptible, cómo la ética del Karate-Do lo dicta, y nunca caí en la tentación de vender mi conocimiento a quien lo buscara por medios reprobables.

***

Gaspar (Mirando alrededor para ver si ya se fueron todos sus compañeros): Que cosa, ¿no? El Karate.

Sensei: Si.

Gaspar (Tirando una piña al aire): Sale derecha para fuera, ¿no?

Sensei: Como una flecha para adelante.

Gaspar (Riendo): Si, si… Es impresionante eso de la flecha, muy bien dicho… (Ofreciéndole la mano) Gaspar, me presento.

El Sensei le da la mano e inclina la cabeza.

Gaspar: Japonés, ¿no?

Sensei: ¿El Karate?

Gaspar (Riendo): No, no, el saludo… inclinando así la cabeza. (Saluda)

Sensei: Si.

Gaspar: Y el Karate también (silencio) Japonés, ¿no?

Sensei: Nace en Okinawa.

Gaspar: Eso es impresionante. Okinawa… una isla.

Silencio

Gaspar: Se usa mucho en Japón el Karate, ¿no?

Sensei: Si. Lo enseñan mucho en las escuelas.

Gaspar: ¿Ves? Eso es impresionante. ¿Acá qué enseñan? ¿Volley?

El Sensei sonríe

Sensei: Bueno, Gaspar, nos vemos la clase que…

Gaspar (Interrumpiéndolo. Nervioso. Con la mano en el bolsillo de la billetera): ¿Qué tomas de Karate otras hay, así de enseñarme? Pero enseñarme como clase… pagando.

Sensei: La próxima clase vamos a ver algunas nuevas. Si querés ir adelantando podés practicar lo que hicimos hoy.

Gaspar (tirando una piña al aire): Si… la flecha (Se rie). Es increíble la flecha.

Silencio. Después de unos momentos Gaspar saca la billetera, la abre, y le extiende un billete de cien pesos al profesor.

Gaspar: Esto no es por nada, se lo doy y no tiene que… Es por la clase de hoy nomás.

Sensei (Levantando una mano en señal de rechazo): Muchas gracias, Gaspar, pero el gimnasio me paga las clases.

Gaspar: Bueno, es que yo también quisiera aprender alguna otra cosa. Alguna otra… toma de Karate, Sensei.

Sensei (Suspirando profundamente): El hombre del Karate-Do sabe que está en un camino cuya meta es cada uno de los pasos. No hay que adelantarse. Gichin Funakoshi solía decir que si la meta de la vida fuera la muerte, la vida no valdría la pena. La meta de la vida es la vida misma… el camino.

Gaspar: Eso es impresionante. Esas cosas también… Aparte de las patadas… Hay cosas que te dejan pensando.

Sensei: El Karate requiere una vida de Honor y Desprendimiento.

Gaspar (Guardando los billetes): Yo leí que el Karate se aprende para no tener que usarlo nunca.

Sensei: Así es.

Silencio.

Sensei: Bueno, nos vemos la clase que viene.

Gaspar: Si… Voy a practicar lo de hoy. (Tira una piña al aire) Derecho.

El Sensei saluda a Gaspar inclinando la cabeza y Gaspar le responde el saludo de la misma forma. El Sensei sale por la puerta.

Gaspar (En voz baja): Te cago a piñas, cagón.

jueves, setiembre 25, 2008

Los hombres de Connors

Vimos a los tres hombres de Connors llegar hasta la piedra que asomaba sobre el océano. Hace horas que observábamos sus siluetas crecer desde el nor-noroeste. Cuando estaban a pocos pasos del abismo, uno de ellos miró en nuestra dirección, faltando a la regla fundamental, viéndoles la cara a Natasha y a ernesto, viéndome la cara a mí. Un segundo después saltó. Lo hizo de una manera increíblemente ornamental y en perfecta sincronía con sus dos compañeros. En eso sí cumplieron con el trato: el salto fue exquisito. Abajo, desde ya, los esperaba la muerte, filosa de rocas saladas por las olas.

Connors llegó unas horas después, cuando las llamas amarillas de nuestra fogata ya no dibujaba animales fantásticos y la sombra de nuestras manos casi se correspondía con el movimiento de nuestros dedos. La noche lo ocultó hasta el último momento. Nos preguntó, en un inglés enojado, si la función había sido todo lo que esperábamos, si habíamos disfrutado de la muerte de los tres atletas. Había un enorme desprecio en su voz y un maletín plateado en su mano. El maletín era para llevar su paga por el espectáculo. ernesto llevaba el dinero abultado en su espalda, disfrazado de joroba. Dólares. Cientos de miles.

Natasha dijo lo que los tres habíamos acordado que diría, “Uno de ellos nos miró. No hay trato. Uno de los tres nos miró”.

Connors produjo un cañón del bolsillo de su blazer. “¿Les gusta ver a la gente morir?” Dijo en torpe castellano “¿Les gusta ver ese tipo de cosas?”, nos volvió a preguntar en su inglés furioso. “Ahora van a ver algunos muertos, you sons of bitches. Ahora van a ver a few cadavers”, y elevó el arma hasta apoyarla sobre la frente de Natasha. “¿Dónde está el dinero?”, preguntó, y la palabra “money” hizo ruido de monedas entre sus labios.

ernesto, sonriendo, irreverente, le dio una pista sobre donde encontrar la plata, dijo, “Ese hombre nos miró antes de saltar, ahora jorobate”, y se tocó la joroba que sobresalía por encima de su sombrero.

Connors hizo fuego contra la frente de Natasha. La sangre salpicó sobre ernesto. Después de unos momentos de silencio ernesto tomó el pañuelo blanco que asomaba del bolsillo de su saco gris y se limpió la cara. Por un instante pareció que también iba a limpiar las manchas que habían rociado su traje, pero al final guardó su pañuelo manchado, dejándolo asomar del bolsillo, como una rosa de sangre.

Connors volvió su cañón hacia ernesto, mirándome a mí. “¿La plata?”. Miré a ernesto suplicante. ernesto me guiñó un ojo.

“Nos miró” dije “no hay trato.” ernesto bostezó, como aburrido de la vida, y recibió su bala en la cabeza.

Connors, pisando la espalda inerte de Natasha, avanzó hacia mí y me apoyó el fierro en la cabeza. “Tres…” dijo Connors.
“Dos…” Dijo.
“Uno”.

martes, julio 01, 2008

Zoom

El dibujo es de un pato en un lago apenas dos veces de su tamaño. Entre los juncos se ven varios cazadores acechando con escopetas y perros. El dibujante está de espaldas y no podemos ver su cara. El siguiente cuadrito lo muestra de frente, dándole los últimos retoques a su obra. Parece preocupado. Su globo de pensamiento dice “Tengo que hablar con Mercedes, explicarle mis motivos”. Unas manos cierran la revista de golpe, y en la tapa se ve al dibujante a todo color, sentado al estilo indio sobre una mesa y mirando asustado a un perro diminuto que le ladra desde el suelo. Las manos arrojan la revista sobre unos leños encendidos. Enseguida las llamas la envuelven y la convierten en cenizas. “Es un efecto logrado en un estudio”, dice Adriana, “Nada arde tan rápido, ni siquiera el papel.” y rebobina a la parte en la que la revista se quema para ver si encuentra algún dispocitivo. En ese punto detienes la lectura y piensas “Así no se escribe dispositivo”.

jueves, junio 12, 2008

Martes 2:22 am

Los martes suben un poco la temperatura del infierno. Lo hacen para que no nos acostumbremos a una agonía constante. A mi se me ocurrió la idea del pulóver, que enseguida se popularizó como una especie de juego eterno.

Funciona con la misma lógica perversa que la de “la calefa”, como le decimos acá. Apenas sube la temperatura, a las 2 y 22 de los martes, nos ponemos tres o cuatro suéteres de lana gruesa. A medida que van pasando los días de la semana, nos los vamos sacando de a uno. Así logramos, al menos, la ilusión del alivio.

Pero hay que conocer el propio límite a la hora de abrigarse, no todo es diversión en la morada del Mal. Muchos de los oscuros espíritus que caminan sus pasillos de diamantes filosos, son almas corrompidas por el vicio y el abuso, y todas las semanas se escuchan historias de alguno que murió sofocado por ponerse nueve suéteres y una bufanda. Y no es chiste, porque el infierno, dicen, también tiene un infierno.

Cada cien años entra un nuevo condenado. El rito de iniciación es cruel y requiere la participación de todos. Cuando llegan, generalmente, empiezan a correr desesperados o intentan apagarse las llamas revolcándose por el suelo. Al rato se dan cuenta de que no hay fuego, y que la sensación no es la de arder sino la de tener infinito calor.

Cuando pueden escucharnos les damos nuestro sentido pésame por su reciente fallecimiento y les ofrecemos la bienvenida al infierno, donde “hacemos lo que podemos con lo que hay”. Comentamos, como al pasar, su mala suerte: morir un día en el que hace un calor tan descomunal.

Durante los días siguientes mantenemos el engaño. Comentamos el calor insoportable, siempre cuidándonos de que el nuevo esté cerca. Cuando nos pregunta, le decimos que no recordamos una temperatura ni cercana. Para agregar realismo, un alma muy vieja dice que hubo un día al principio de los tiempos que fue peor, que esto no es nada.

Llega el martes y a las 2 y 22 vuelven a subir la temperatura un poco. Es casi imposible resistir la tentación de mirarles la cara cuando nos ve ponernos el suéter, pero hacemos lo posible por no levantar sus sospechas. Nos limitamos a soltar, aliviados, frases como “Al fin una poquita de fresca” o “Si seguía así una hora más yo no se que hacía”.

jueves, mayo 22, 2008

Vengganza

Zerbugg 9 entró a su despacho maldiciendo y despidiendo fishkrra por su agujero de la cabeza. Tomó un pisapapeles con forma de gixerrg y lo arrojó contra la pared de ladrillo expuesto. No vio a Blunggztud 4, que estaba sentado detrás del escritorio, fumando. Noto su presencia recién cuando lo escuchó riendo bajito y aplaudiendo con malicia. Por encima del respaldo asomaba su pequeño ojo.

-Que valiente eres, Zerbugg 9. Mira cuanta fishkrra emana de tu cabezota. Y que bien has hecho en arrojar ese pisapapeles, ya estaba empezando a creer que tenías el peor gusto del mundo- Blunggztud giró la silla lentamente y pudo ver cómo la cara de Zerbugg cobraba una expresión de sorpresa infantil, con un sutil temblor de los guziggs, que le inspiró una empatía cínica y pasajera.

-Te vi morir, es imposible…-

-Zerbugg 9 ¿Puedo llamarte Boggie? Lo que tu viste, Boggie, fue un xigor entrando a un glovvit y luego viste ese glovvit explotando en mil partecitas. Al menos que la muerte sea esto, parece que ese xigor no era yo.

-No fue mi idea, yo no quería hacerlo- Blunggztud hizo un mínimo gesto con la cluug y Zerbugg calló.

-Espero que no intentes detenerme dentro de unos segundos, cuando me disponga a asesinarte-Dijo Blunggztud rascándose la slijj como si lo hiciera distraídamente.

La respuesta de Zesbugg tardó unos momentos-¿Cómo piensas hacerlo?-

-Traje una Yennjlet-

Zerbugg cerró los ojos y escuchó que Blunggztud se levantaba de la silla. No tenía caso resistirse. Pensó en sus hijos, pensó en Wottic 3, en Uxxde 30. Pensó que había sido un buen xigor con mala suerte y malas compañías. Justo antes del impacto, se le escapó un poco de fishkrra del agujero de la cabeza, como una lágrima.

lunes, abril 28, 2008

Escenario con vista al publico

Sobre el escenario hay un escenario que ocupa la mitad del escenario. Este escenario está ambientado como un vagón de subte. Debajo de este escenario (pero sobre el escenario real) el director, el guionista y el actor, revisan el guión sentados en sillas.

Actor (Leyendo el guión en voz alta): Buenas tardes señores pasajeros, los voy a molestar en esta ocasión con una oferta imperdible: Se trata de un hermoso departamento en caballito, tres ambientes, cocina, comedor, baño, lavadero, balcón y terraza común al edificio. Mientras habla, el vendedor se agacha y abre el cierre de un bolso bastante grande. Cuando se vuelve a levantar, tiene en las manos tres o cuatro de los departamentos, que va repartiendo entre los pasajeros interesados. Ochenta metros cubiertos, ochenta y cinco en total. Departamento que se abona en inmobiliarias no menos de sesenta, setenta mil dólares, hoy lo lleva por un peso nada más. Un pesito señoras y señores es lo que vale. Para regalar, para regalarse, una verdadera oportunidad. El que quiera ver, el que quiera revisar, sin compromiso de compra, me lo hace saber.

Director: Hasta ahí está bien, gracias Ricardo (El director hace una pausa, se saca los anteojos, y mira al guionista, que está luchando con el envoltorio de una barra de cereal) Acá veo un problema.

Guionista: Si, algunas cosas necesitan una revisión. Hace tanto que no viajo en tren que seguramente el tono del discurso sea anacrónico. Y el precio de los departamentos seguramente haya que actualizarlo, ¿no?

Director: No, no, el tono está bien, o en última instancia, digamos que no es la mayor de mis preocupaciones. Lo que me parece un tanto problemático es esto de los departamentos. Más específicamente, la imposibilidad material de que los mismos se presenten en un vagón de subte.

Guionista: ¿Por una cuestión de costos?

Director: Por una cuestión de tamaño.

Guionista: Ah, si, eso. Yo me imaginé que podíamos hacer como en los clasificados, que cortan las palabras para que ocupen menos espacio. En vez de living ponemos, “liv”, en vez de comedor, “com”, en vez de baño, “bañ”. Es cuestión de economizar.

Actor (Practicando, en distintos registros): Bañ…bañ…bañ…bañ.

Director: (Tocando el hombro del actor) Gracias Ricardo. (Al guionista) A ver: Mi problema no es con el tamaño del guión, sino con el tamaño de los departamentos. Pensemos juntos: Si cada uno mide cuatro veces el tamaño del escenario…

Pausa larga en la que el director hace gestos como para que el guionista termine su frase. El guionista, que ha logrado abrir la barra de cereal, lo mira extrañado mientras mastica.

Director: ¿Cómo hacemos para meter cuatro departamentos en un vagón de tren?

Actor: ¿Dos adelante y dos atrás?

Director: (Con la mirada fija en el guionista) No es una adivinanza, Ricardo.

Guionista: He ahí la magia del teatro. No hay necesidad de hacerles la instalación eléctrica, plomería etc. Y, además, como los departamentos están para alquilar, ni siquiera hay necesidad de amueblarlos.

Director (impaciente): Perfecto. Eso resuelve el problema de la plomería, la electricidad y el amoblamiento. (Hace tres cruces en una lista imaginaria) Ahora queda el temita de meter cuatro departamentos en un bolso.

El guionista extiende un brazo y le arrebata el guión al Actor, que se cae de la silla y queda ahí tirado.

Guionista: (Apuntando a un lugar del guión) Puse “Bolso bastante grande”.

Director (Perdiendo y recuperando la paciencia): ¿Pero dónde se ha visto un bolso en el que quepan… A ver… ¿Qué tal si el tipo vende biromes?

Actor (desde el piso): ¡Biromes!

Sobresaltados, el director y el guionista miran al actor por unos segundos.

Guionista: No, no pueden ser biromes.

Director: ¿Porqué?

Guionista: Esto no es cine, en donde vos haces un primer plano y podes ver hasta los poros de Susan Sarandon. En las tablas, lo pequeño, el detalle, se pierde. Ponete en el lugar del espectador: Vas a ver una obra de teatro en la que un tipo dice estar vendiendo unas biromes, y vos, desde la última fila, mirás y ves que tiene como unos palitos en la mano. ¿Cómo sabés que son biromes? Bien podrían ser termómetros, palitos chinos, abrecartas o destornilladores. Y ahí nomás te ponés a dudar de todo. La cuarta pared se derrumba y chau ilusión. No, decididamente no pueden ser biromes.

Director: Entonces ayudame a pensar, porque tampoco pueden ser departamentos.

Guionista: Si pueden.

Director: No, no pueden.

Guionista: Si

Director: No

Actor: ¡Biromes!

Silencio. El director se levanta, agarra la silla vacía y empieza a pegarle al actor con enorme violencia. Cuando ya parece muerto, el director se arregla un poco la corbata y vuelve a su lugar.

Director (Muy calmo): Tal vez podamos pensar opciones para remplazar los departamentos por alguna otra cosa, dado que así como está el guión, sería muy difícil representarlo.

Guionista: Yo no… A mi… Me parece bien

Director: ¿Qué te parece si hacemos que venda relojes?

Guionista: Si, relojes. Eso.

Director (anotando algo en el guión): Bien, bien. Ya siento que avanzamos.

Guionista: Si.

El guionista, notoriamente asustado, aprovecha un descuido del director para huir. Se baja del escenario y corre por el pasillo, entre el publico. En el apuro, se le cae una pizzeria del bolsillo.

viernes, abril 18, 2008

El hecho del hacha

“Ahora voy a decir unas palabras” dijo Nicolás, y se paró con tal violencia que facundo, el gato siamés que dormía como un bulto sobre su regazo, salió volando y aterrizó sobre el filo de un hacha. El hecho del hacha, que sólo unos pocos advirtieron y con interés casi nulo, tuvo dos grandes consecuencias para el felino. La primera fue que el tajo que el filo le practicó, fue justo en el punto donde el gato estaba unido a su hermano, resultando el corte en una separación casi quirúrgica del gato siamés, en dos gatos no siameses. La segunda es más triste, porque si bien facundo tenía ocho patas y dos cabezas, sólo tenía un corazón, por lo cual uno de los hermanos quedó como dormido a un costado del hacha. Fac maulló de dolor o tristeza y se alejó. Undo no hizo nada.
Alrededor de la mesa, las miradas estaban sobre Nicolás. Éramos un auditorio expectante de sus anunciadas palabras. Pero un silencio sostenido nos hizo sospechar que Nicolás había incurrido una vez más en la literalidad excesiva, y que al decir “Ahora voy a decir unas palabras” se refería a las mismas palabras que usaba para decirlo.

miércoles, marzo 12, 2008

Lo que no quiero escribir (escrito contra mi voluntad)

A Quielo, que sabrá odiarlo casi tanto como yo.

Hay un placer cómodo, un lugar común, una silueta familiar de palabras y conceptos. Es contra lo que lucho cada vez que escribo. Es lo que viene fácil y me aburre. Es la fuerza que me dicta estas palabras, que de ella nacen para lucharla hasta la muerte.

Su arma más fuerte y atractiva es la ambigüedad, la frase que abarca y no aprieta, la felicidad de lo abstracto, el tono paternalista y poco claro de quien regala un pensamiento profundo, las enumeraciones que parecen generar sentido sumando comas, (coma) la ilusión holográfica de un algo.

La repetición es su arma más fuerte y atractiva. Que me llama siempre, que me invita a imitarme, que me tienta, ahora, a escribir estas palabras cansadas.

La más atractiva, la más fuerte de sus armas, es la autoconciencia, el lugar donde el lector se queda afuera, lo que de tan personal se torna inapelable: el abuso del poder unilateral de la escritura.

A veces me parece que habla desde un núcleo, en el que las cosas que importan no necesitan revestirse de novedad, sino que la forma usual expresa claramente lo que el ingenio ocultaría. Esos días (estos días) somos iguales: Somos mi enemigo.

El sin sabor que deja, es el del violador. Una sensación de haber forzado algo sagrado, de haber ultrajado al lector con palabras que no hablan el mismo idioma.

miércoles, febrero 20, 2008

MuerTé

viernes, enero 18, 2008

Casi tomada

Pasen, pasen por acá. No le hagan caso a mis hijas, son todas lunáticas. Señorita Karen, mire el tamaño de este espejo, yo creo que a una mujer tan bella como usted le dará mucho placer, ¿verdad? Si, todos comentan lo mismo. No se qué podrá ser, hace años que no me refleja, o que refleja solamente mis manos. Pero vengan, tomemos el pasillo que lleva a las habitaciones.

No se dejen impresionar por el largo del pasillo, la mayoría de las puertas dan al mar egeo y cosas del estilo. Aléjense, si son tan amables, de los rincones, yo se porqué se lo digo. Esta es la puerta de la biblioteca.

Si tenemos suerte… Si, están todos los ejemplares en su lugar. A veces los libros no están o están apilados en el suelo, pero alcanza con cerrar la puerta y volver a abrirla dos o tres veces para que todo vuelva a su sitio. Señor Diego, su mujer me dice que es aficionado a la caza, síganme y le mostraré una habitación que creo será de su agrado.

¿Verdad que es una colección extraordinaria? Yo no se nada de armas, pero en su expresión veo que lo es. Eso si, antes de entrar fíjese siempre si sangra el ojo de la cerradura, si está sangrando será mejor que no entre. Vayamos al cuarto principal.

Tengan cuidado, aquí hay un tablón flojo. Discúlpenme si no entro con ustedes, nunca entro ahí, me recuerda demasiado a mi marido. Tómense el tiempo que necesiten. ¿Les ha gustado? ¿Verdad que es bonito? No, Señorita Karen, no le haga caso a esa ventana, son las cuatro y media recién. Una vez una de las chicas rompió un cristal y desde entonces siempre es de noche y siempre es verano.

El baño es maravilloso, ¿verdad? Miren todo el espacio para guardar remedios y cosméticos, sientan el roble. Observen el detalle de las patas de la bañera. Vengan, vamos a la cocina. Oh, casi lo olvido, fíjense, por favor, en sus bolsillos, el baño suele dejar allí algún azulejo o una canilla. Déjalo en el suelo, querida, no es problema. Vengan por aquí.

Hola Rogelio, estos son el Señor Diego y la Señorita Karen, cocinarás para ellos los dos meses que las chicas y yo estemos ausentes. Espero no recibir ninguna queja por tu comportamiento. Síganme, les mostraré el patio.

Tendrán que acostumbrarse a Rogelio, lo imaginé de muy pequeña y nunca pude deshacerme completamente de él. Además, a esta altura, me daría pena. Cocina muy bien, ya verán. Esta casa puede ser muy solitaria, sobre todo cuando una es apenas una criatura. No es extraño que los niños tengan amigos imaginarios. De niña yo quería ser cocinera, y Rogelio era mi asistente. Cocinábamos deliciosas tortas de barro en el jardín, justo ahí, un poco alejados del rincón. La mente de Rogelio, comprenderán, es tan simple como la que una niña de ocho años puede imaginar… Levanta los pies, querida, las enredaderas se soltaran solas. Empuja desde la punta, no quieres perder esos tacos tan bonitos.