viernes, abril 16, 2010

El trigo

Entré a casa y me saqué los guantes. Primero el izquierdo, con la mano derecha, y después el derecho, con la izquierda. Distraído por una nota que me habían dejado en la mesita de entrada “Se acerca el fin del mundo, salí a comprar más trigo. Irene”, volví a sacarme el guante de la mano izquierda. Apoyé los tres guantes en la mesa, sobre la nota, y fui a la cocina. Revisé las alacenas y confirmé mi temor: tan llenas de trigo estaban, que no entraría el trigo que Irene estaba comprando. Así que agarré unos cuantos trigos y empecé la molienda y el envasado de las harinas. Empaquetado ocupaba mucho menos espacio, y cuando llegó Irene con el Dodge cargado de trigo, pudimos acomodarlo con bastante comodidad.

Después de un aperitivo liviano, acompañado de una conversación distendida y un poco vulgar, le pregunté a Irene llorando, desesperado al principio y con amarga resignación más adelante, sobre el inminente fin del que hablaba su nota. “Dos horas” fue su críptica réplica. Dejó pasar unos momentos y agregó “Kaput”.

Debemos dormir una siesta, sugerí, pero la palabra siesta era un código secreto, que se refería a otra cosa. Pero no develaré qué es esa “cosa” porque soy un caballero y no hablo de mi relación amorosa con Irene, y menos en mi blog.

Irene no respondió a mi avance sexual de "la siesta", tenía la mirada perdida en el bosque. “¿No te interesa saber para qué salí a comprar más trigo si ya sabía que se venía el fin del mundo?” me preguntó. Y yo, que no había sentido ningún interés hasta ese momento, me vi de pronto muy interesado por saber para qué había comprado más trigo. “Sí”, dije. “El trigo, Rubén, el trigo contará nuestra historia.”

Miré el trigo incrédulo. ¿Mero trigo? ¿Contando nuestra historia? Imposible. ¿O acaso había algo que se me escapaba? Miré por toda la habitación, buscando algo. Nada. “El tiempo apremia, Irene. No hables en acertijos.” Díjele a Irene, enojado. “El trigo siente, Rubén, el trigo ama.” Respondiome ella. “A ver”, contestele, a su vez, yo mismo. “Pedile que cuente nuestra historia.” A lo que ella se quedó quieta y el trigo no hizo nada.

Demás está decir que pasaron las dos horas y el fin del mundo no llegó. Irene, resultó, está totalmente desquiciada. Yo fui muy inocente al no preguntarle cómo sabía que se venía el fin del mundo. Ese mismo día la puse al cuidado de profesionales. Y aunque a veces me duele la soledad, ahora tengo todo el trigo para mí.