viernes, enero 29, 2010

Si te percatás de que tenés dos manos derechas, te podés dar cuenta que estás soñando.

Voy a la cocina y agarro una naranja.
Apoyo una naranja en la mesa y la mesa se tiñe de naranja.
Apoyo una hoja de papel en la mesa y el papel se tiñe de naranja.
Con la mano derecha, apoyo la punta del lápiz en la hoja, y mi pelo se pone naranja.
Empiezo a dibujar una pera.
Con cada trazo que hago la naranja verdadera se va convirtiendo más y más en una pera.
Sigo dibujando hasta que se encuentra en un punto medio entre las dos frutas.
La exprimo y me hago un jugo de pera y naranja.
Pinto la mesa de blanco usando la misma mano que antes.
Voy a la cocina y agarro una naranja.
Agarro otra hoja.
Para evitar que la nueva naranja vuelva a teñir todo de naranja, antes de apoyarla en la mesa le pinto también de blanco.
Espero a que seque y empiezo a copiar la naranja blanca en la hoja.
Cuando siento un pique, levanto el lápiz de golpe.
La línea que hacía se escapa de la hoja y sigue la punta de mi lápiz en el aire.
Dibujo, en 3d, un corderito adentro de una caja.
El corderito se come la caja, la naranja y un libro, que aún no leí, sobre el cultivo de pasto Lolium perenne, también conocido como césped ballico o inglés.
Para evitar más destrozos dibujo un látigo y un banquito.
El cordero piensa que tengo un león y se escapa por la escalera de incendio que le voy dibujando yo.
Pero para dibujar la escalera uso la otra mano, la derecha.

jueves, enero 28, 2010

Velita


“These violent delights have violent ends”
W. Shakespeare, Romeo and Juliet

Hurgando más profundo que nunca, saqué de mi oreja una pelota de cera que pensaba, sentía y era capaz de amar. Vivimos un breve idilio, encerrados en un departamento de Chacarita, con la persiana cerrada las veinticuatro horas de la noche. Me embriagaban el amargo sabor de sus besos, su textura oleaginosa, las suaves chanchadas que me suspiraba en el conducto auditivo externo. Vivíamos del aire, muriéndonos de hambre para no salir de la cama, ajenos a todo lo que no fuera el otro.

Pero un día, que recordar es revivir en cada uno de sus desgarradores detalles, todo cambió para siempre. Yo llevaba a mi adorada bola de cerumen amorosamente apoyada en la punta de mi dedo índice. Por descuido usé ese dedo para hurgarme la nariz. Cuando saqué el dedo de la fosa, al principio no entendí lo que estaba viendo, tan doloroso era, que me quedé mirando con una sonrisa extrañada. Después me alcanzó el horror. Su piel resinosa crispada de excitación, el moco chorreante de un lado y duro en la punta, la absoluta y urgente entrega con que mí amada “Velita” mezclaba su viscosidad con la del moco… era un asco. Así, abotonados como estaban, los envolví en un cuadradito de papel higiénico y los tiré por el inodoro. Mis lágrimas se mezclaron con el remolino de agua que se perdía en las cañerías.