lunes, enero 15, 2007

Roger sale de apuros

Primer y único acto

La escenografia es la de un establo, con una pila de paja a la derecha con un tridente clavado en la punta. A la izquierda hay unas pocas gallinas y un contador. El contador es Roger, y está sentado en un escritorio lleno de papeles, un teléfono y un fax. A su derecha un archivador de metal beige. Roger fuma con los pies sobre el escritorio mientras mira una manzana.

Roger

Cónica manzana arábica, ¿Porque fumas? Tientas las maderas de las muchas mesas: podrían incendiarse. Fumas contra toda indicación de Roger. Cónica eres. Cónica y terrible. Y entre tus semillas se ve que alojas a los gusanos y que ellos te mastican. Tu brillo arábico es superficial: roja y sana por afuera pero con el corazón infestado y putrido. Y eres cónica, manzana. Imposible, imperdonablemente cónica. Difícil es creer que Roger te haya arrancado de un árbol creyéndote madura. Tu forma no es la de una manzana. Te pareces a un cono. El árbol que te engendró debe haberse nutrido de un cadáver enterrado a sus raíces. El cadáver de alguien malvado. Eres una aberración que fuma y echa las cenizas a la alfombra. ¿Por qué fumas Cónica manzana arábica? ¿Es que te preocupa que te vaya a comer? ¡Que esperanza! Así fueras el último alimento del mundo te arrojaría lejos de mí o te echaría a los perros. ¿Acaso fumas para que no vea que sonríes? ¿Tratas de ocultar que te mofas de mí? No creas que no lo noto. Eres cónica y estúpida, y me crees estúpido a mi.

Entra El Sr. Robinson. No tiene más de treinta años y se viste como un millonario.

Sr. Robinson
¡Roger!, vengo a ver si ya están listos esos números y te encuentro en esta posición despreocupada y fumando cerca de la paja. ¿Qué significa esto?

Roger
Lo siento Sr. Robinson. Sucede que me disponía a comer la manzana que traje de postre, pero me apeteció fumar un cigarrillo antes.

Sr. Robinson (sonriente)
Fuma, Roger, fuma. Yo fui joven alguna vez, ¿Sabes? Pero recuerda que necesito esos números antes de las seis.

Roger
Despreocúpese Sr. Robinson, Ya están listos, sólo me queda revisarlos.

Sr. Robinson
Estupendo. Y ten cuidado de no prender fuego a la paja con el cigarrillo.

Roger
Lo tendré.

Sale el Sr. Robinson

Roger apaga el cigarrillo en el suelo y le da un mordisco a la manzana. Pasan unos momentos y le da otro mordisco. Se levanta y camina hasta la paja, desclava el tridente y se acuesta en la paja con el tridente en la mano.

Roger
Mandinga y Neptuno también empuñan esta arma, pero a diferencia de ellos yo también soy contador. Los aventajo en eso, lo cual me hace más temible y mucho más cruel. Ahora esas gallinas sentirán mi cólera.

Se para y lanza el tridente como una jabalina, ensartando a una gallina. Las demás salen hacia el público y una le rompe los anteojos a un chico de la segunda fila.

Roger
¡Éxito!

Entra el Sr. Robinson

Sr. Robinson
¡Roger! Me voy apenas un instante y cuando regreso encuentro que has matado a una de las gallinas de la señorita Daisy, ¡Y nada menos que con mi tridente nuevo! Espero que tengas una buena explicación.

Roger
Debería haberla visto, Sr. Robinson. Temí por mi vida. Estaba picoteando a los otros animales, y cuando me acerque a detenerla, saltó e intentó arrancarme los ojos.

Sr. Robinson
¡Vamos. Roger! ¿Esperas que crea semejante historia?

Roger
Es la pura verdad, aun me late el corazón de pánico.

Sr. Robinson

¡Patrañas! Pero te ayudaré a ocultar el cadáver de cualquier manera. Yo también fui joven alguna vez, ¿sabes? Desclava ese tridente.

Roger hace como se le indica. El Sr. Robinson produce una caja de cartón de afuera del establo, y meten la gallina adentro.

Sr. Robinson
Recuerda que necesito esos números.

El Sr. Robinson se retira llevándose la caja.

Roger
El azar me hizo asesino, y ahora debo llevar mi horrible secreto. Con una despareja sonrisa de mascara, caminaré el campo interminable. ¡Culpo al arma! Sin ella no hubiera sido posible matar. Culpo a la forma y la materia, que conspiraron para crear al tridente y la gallina. Yo fui la herramienta, a mi me empuñaron las manos astutas de un plan invisible.

Entra la señorita Daisy

Daisy
Oh, Espero no molestarlo. ¿Trabajaba?

Roger
Si.

Daisy
Sólo quería buscar unos huevos, pero si es mucha molestia puedo pasar más tarde.

Roger
No es molestia alguna. Su belleza me alegra las tardes.

Daisy
Exagera usted. Pero… ¿Dónde están mis gallinas?

Roger
Huyeron, Daisy, huyeron al campo abierto.

Daisy
¡Oh, no!

Roger
Me temo que si.

Se acerca a ella en dos largos pasos y la toma de los brazos.

Roger
Ahora son libres, ¿No lo ves? Ahora vuelan libremente al sur, dejando atrás ríos, lagunas y farmacias. Ya no son simples animales, son dioses en el cielo, que velan por nosotros, que nos dan su gracia y nos regalan su belleza. ¿Acaso no puedes verlo, Daisy? ¿No sientes como si la tierra temblara, que se estremeciera con la nueva libertad de un nuevo mundo?

Daisy (hipnotizada)
Si… Si.

Roger
Y tu, Daisy, con tu avícola belleza, reinarías entre ellas.

Daisy
Ud. lo dice por decir

Roger
¡NO! ¡Lo digo como diría cualquier verdad así de evidente!. Usted sería la reina de las gallinas

Daisy
Supongo que puedo hacer la ensalada sin huevo

Roger
¡Ese es el espiritu!

Daisy se retira de espaldas, mirándolo con ojos soñadores.

Roger
Tendré que avocarme a esos números, después de todo soy un contador y estas son mis horas de trabajo. De no hacerlo, estaría faltando a mi contrato con el Sr. Robinson. Una vez que uno falta a su palabra, se torna difícil lograr que la gente vuelva a confiar en uno.

Se sienta en la mesa y mira los papeles.

Roger
…me llevo dos… más quince dan… el cinco pasa dividiendo… este ocho es negativo… ahora le resto todo al otro… ¡Que barbaridad!

Levanta el teléfono y llama.

Roger
¡Sr. Robinson! Venga por favor a mi oficina.

El Sr. Robinson entra con el teléfono en la mano y el cable estirado.

Sr. Robinson
¿Qué sucede, hijo?

Roger
La empresa quebró hace seis años.

Sr. Robinson
¡No!

Roger
Si. Es espantoso

Sr. Robinson
Y yo sin saberlo seguía ataviado como un millonario. ¡Que ridículo debo haberle parecido a la señorita Daisy!

Roger
Ella no lo sabe aun. Acabo de descubrirlo en este momento.

Sr. Robinson
Pero debemos decírselo.

Roger
¿Debemos?

Sr. Robinson
No podría mentirle. ¿Cómo la miraría a los ojos? No, simplemente debemos decirle.

Roger
¿Debemos?

Sr. Robinson

Ella lo averiguaría de cualquier manera, es muy astuta.

Roger
Pero hace seis años que quebró y ella nunca supo nada. No tiene porqué saberlo ahora.

Sr. Robinson

Pero Ud. sabe

Roger

Pero yo no diría nada

Sr. Robinson
Si se lo oculto no sufrirá. Y yo podré seguir vistiendo mis ropas como antes.

Roger
No seré yo quien se lo impida.

Sr. Robinson
Está decidido. Tú no dirás una palabra a Daisy, y yo seguiré como hasta ahora.

El Sr. Robinson se retira.

Roger
Ahora que se ha retirado, puedo sacarme los zapatos y descansar mis pies.

Se saca los zapatos y arremanga sus pantalones. Entra Daisy.

Roger (Avergonzado)
¡Oh! No quise que me viera sin mis zapatos, sólo que la empresa del Sr. Robinson quebró, y me pareció que podría descansar un rato mis pies.

Daisy
Descuida, me gusta verlo descalzo, sus piernas se parecen a las de mi padre.

Roger
Fíjate que debajo de mi media no crecen los pelos.

Daisy
¡Que gracioso!

Roger (inspeccionando sus propias piernas)
¿Verdad?

jueves, enero 04, 2007

Irlanda

Dos monos discuten amenamente en un bar. Es la sobremesa de una comida abundante y las cáscaras de banana apiladas casi les impiden verse de un lado al otro de la mesa. El tema en discusión es la existencia del altruismo en el reino animal. Los monos, a pesar de discrepar en sus opiniones, mantienen una conversación liviana en el trato, y profunda en el contenido. Se acerca un mozo y en su expresión puede leerse cierta reserba hacia los micos en general y hacia estos dos en particular.

Mozo: ¿Se les ofrece algo más?
Mono Luis: Yo no, ¿vos?
Mono Sergio: No, por ahora nada.
Mozo: Entonces tendré que pedirles que liberen la mesa para clientes que consuman.

Los monos se miran con idéntica expresión de estupor.

Mono Sergio
: Pero hay muchas mesas vacías.
Mozo: Están reservadas.
Mono Luis: No, yo se de que se trata esto. Es porque somos irlandeses, ¿verdad?
Mozo: (colérico) Ud. me ofende.
Mono Sergio: Será mejor que nos vayamos.
Mono Luis: Si, no somos bienvenidos aquí.

Los monos pagan la cuenta y salen por la ventana hacia una rama cercana. Del árbol saltan a otro y luego a un poste de luz. En la esquina doblan, desapareciendo de la escrutiñadora mirada del mozo.

Mozo: ¡Simios pulgosos!

Pero un temblor de rodillas obliga al mozo a sentarse. Ya perdió la conexión con su odio, que, transformado en angustia, ataca con enorme tenacidad.

Mozo: He sido un necio. Un necio y un patán. Hoy soy preso de mi piel, de mi cuerpo sin ventanas. ¡Culpa!, terrible y perfecto motor de la bondad, tarde llegas a mi puerta, pues mi injuria ya no puede impugnarse. Eres justo castigo inútil, balanza que empata los males. Vienes a tomar mi ojo por el que yo cobré a esos simios.

Empieza a llover.

Mozo: Esta ventana no es tal. Se trata de un espejo y esa lluvia ocurre en mí. Pero temo por los hombres, pues es enorme mi desazón, y presagio un diluvio interminable. ¡Haced arcas carpinteros! ¡Id a los astilleros a construir vuestros navíos!... ¡Lengua!, vil apéndice, vocero de lo pérfido en mi, justo es que pruebes el filo de mi navaja.

Abruptamente el mozo se levanta y produce una cuchilla filosa. Saca la lengua y la sostiene con el índice y el pulgar de una mano. Se mutila. La sangre le cubre enseguida la camisa blanca, pero el mozo sonríe al ver que afuera está escampando y ya se filtran algunos rayos dorados sobre las cáscaras de banana.