jueves, mayo 10, 2018

Lo que importa


Imaginemos que hay un árbol. Es importante que lo imaginemos de a poco y en detalle, que le demos importancia a cada relieve de la corteza, a las raíces, a las ramas y a las hojas.  Lo que importa es que lo creemos y lo creamos del todo. Que sea convincente, eso es lo importante. Luego, con el tiempo, pongámosle frutas al árbol que imaginamos y, mientras lo hacemos, pensemos en su importancia. Pueden ser manzanas u otras frutas, pueden incluso ser peras o limones. Lo importantes es que imaginemos que hay un árbol y que ese árbol tiene frutas. Pero, y esto es importante, no imaginemos frutas venenosas. Es muy importante que imaginemos frutas comestibles. Esto último es muy importante, porque las frutas venenosas que sean imaginadas, lamentablemente no podrán ser comidas cuando estén maduras. Aunque es importante notar que esto también es cierto sobre las frutas imaginadas que sí sean comestibles, ya que al ser imaginarias, no pueden ser comidas, así esta distinción no es del todo importante.

FIN

Quiero aclararle a mis lectores que este cuento en realidad es una metáfora sobre las cosas, las gentes y las vidas. No quisiera que alguien lo tomara literalmente y se estresara dándole importancia a algo. Nada, en realidad, es muy importante.

martes, diciembre 12, 2017

El Apocalipsis de Muchi

¿Cuándo empieza un crimen? ¿Qué hace que alguien tome una vida? ¿O varias? ¿O todas? La clave en muchos casos, como en el mío, está en la infancia.
Hace tres años, a los siete, tuve poliox. Desde entonces soy Poliox. Estábamos en Marte cuando empezó la epidemia. Me acuerdo de papá y mamá discutiendo en voz baja en el pasillo, para que yo no oyera. Papá lloraba y le decía a mamá que tenía miedo, que quería subirnos a una silla y cambiar de Sistema, “Pensá en Muchi”. Pero mamá le recordaba que eran doctores, “No podemos”, le decía, “Somos doctores”. Así que nos quedamos. Mamá y papa salvaron algunas vidas y quemaron muchos cuerpos. Yo me agarré poliox y sobreviví. Pero no la estoy pasando bien.
A medida que el poliox avanza por mi cerebro, se agudiza el síntoma, que es la exacerbación sostenida y exponencial de todas las funciones corporales. Necesito beber y comer a un ritmo solo comparable con el que voy al baño, oigo los sonidos más sutiles nítidamente y la voz humana como un cuerno infernal, el aire deja en mi boca gusto a entropía, sudo como una mercuriana, mi pelo crece como una víbora y hace tres años que todos los días huelen peor.
El olor. Lo peor es el olor. Y cada día es peor el olor. A veces, cuando estoy sola y a oscuras, me saco las vendas de los ojos y los tapones de las orejas, pero nunca los de la nariz, hace rato que solo respiro por la boca. Igual huelo todo. Lo huelo por los poros. Huelo en el cuerpo de la gente su pasado, su presente y su futuro. Sé todo el tiempo lo que piensa todo el mundo, con solo olerlos... Y me aburren, me deprimen, me dan pena. “Qué tímida es esta nena”, dicen, pero no es que yo sea tímida, es que ellos no son nada.
Y cada día soy más fuerte, y salto más alto, y mis reflejos son más rápidos. Y aunque puedo destruir casi cualquier cosa con mis puños, también soy capaz de movimientos muy precisos y sutiles. Tampoco quiero mandarme la parte, pero es linda la sensación, y es nueva para mí. Soy un poco como una maestra del kung fu. Siempre sé cuándo algo se va a caer de la mesa, y siempre lo atajo. Eso es lo único que me gusta de ser Poliox, ser Kung Fu.
Después del olor, lo peor es pensar todo el tiempo. Pensar muchas cosas a la vez. Cosas difíciles, incómodas, molestas. Sobre el principio del universo, sobre su fin, sobre su final. Y nunca hay una conclusión, cada descubrimiento abre nuevas preguntas, crea más problemas de los que resuelve, así que cada vez sé menos. Es como estar encerrada en un laberinto que crece más rápido que mis pasos. Quiero parar de pensar y no puedo.
Pero ya se acaba, por suerte no necesito entender el universo para destruirlo. La idea es comprimir Todo en un punto infinitamente pequeño, y después seguir apretando. Hice las cuentas, funciona. Cuando yo quiera se acaba todo para siempre.
Pero en vez de apretar el botón, me puse a escribir esto. Y ya no entiendo bien porqué.  Y cuanto más lo pienso menos sentido le enc

jueves, julio 09, 2015

Mario

Una clase en una escuela. Sentados en sus pupitres hay veinte alumnos. El maestro es Mario. Los alumnos también son Mario y son idénticos entre sí. El maestro es idéntico a los alumnos pero más grande y con los ojos humedecidos por la emoción.

Mario: Siendo la última clase, me gustaría usar estos minutos que quedan para despedirme de ustedes. Quiero agradecerle de corazón. Ha sido un privilegio ser su maestro durante estos cinco años. Son un grupo extraordinario, de veras, cada uno de ustedes. Mañana, cuando reciban su hongo, van a ser grandes, pero hoy todavía son chicos, y todavía son mi responsabilidad. Me encantaría tener alguna última frase que decirles, algo que los ayude a pasar este mundo tan difícil, pero no existen las recetas mágicas, existe la experiencia y la concentración. Cuando salgan ahí afuera van a tener una sola oportunidad, y les puede ir mejor o peor pero sepan que hagan lo que hagan, nos sirve para aprender.

Mario se da vuelta y apunta a la enorme videoteca.

Mario: Pero ojo, que si hacen alguna burrada, pueden terminar en la sección burradas.

Los Marios ríen al unísono.

Mario: Ríanse, pero de esos errores tontos también hemos aprendido. Vamos progresando todos juntos, como si fuéramos un solo Mario.

Mario hace una pausa para que los Marios puedan tomar cabal provecho de eso que dijo sobre el único Mario. Después avanza hacia la biblioteca con una media sonrisa en los labios.

Mario: Hay un último ejemplo que quiero mostrarles.

Se oye el descontento generalizado de los Marios

Mario: Vamos, Marios, es el último. Fíjense bien, tal vez reconozcan al Mario de algún lado. Aunque los años no vienen solos...

Mario mete el videotape en la videocasetera y le da play. Se llega a ver por un mínimo instante a un Mario sobre una plataforma movediza, pero enseguida se empieza a ver mal, entrecortado y con mucho tracking. De pronto la imagen se corta y la videocasetera escupe el casete dañado, con la cinta salida para afuera.

Después de un silencio, algunos Marios se ríen, y de a poco la clase se descontrola, los Marios empiezan a charlar, a pararse, a caminar y hasta a saltar un poco. Mario se pasa un rato tratando de meter la cinta de nuevo adentro  del casete, y para cuando se rinde e intenta recuperar la clase, ya es demasiado tarde. Sus últimas palabras se pierden en el murmullo general de charlas, risas y sonidos de saltos.

Mario: Bueno, se rompió... Pero básicamente... en este ejemplo, Mario pisa una tortuga y aprovecha el impulso para saltar y agarrar unas monedas. Cegado por la ambición, no mira bien donde cae y sin querer patea el caparazón de la tortuga que había quedado en el piso...

Suena el timbre. Los Marios empiezan a salir en manada de la clase mientras Mario sigue hablando.

Mario: El caparazón sale a gran velocidad, deslizándose por el suelo, luego rebota en un tubo y vuelve hacia Mario...

Ya todos los Marios han salido de la clase y Mario se queda solo un rato, en silencio.

Mario: Saltá.

domingo, julio 05, 2015

Cuántas

Te buscamos en la estación. Traías una sola valija muy chiquita, pero eran tantas que no cupo en el sulky y decidimos hacer dos viajes. Llegamos al casco viejo y te mostré tus habitaciones interpelándote varias veces, pero sin lograr entablar una conversación. Supongo que estabas absorto en tus pensamientos. Te invité a que empezaras a instalarte mientras íbamos a buscar el resto de tu equipaje y entonces me tomaste del brazo y confusamente balbuceaste que solo traías una valija muy chiquita, que no hacía falta hacer un segundo viaje. Me solté de tu agarre, que ya empezaba a doler, y te expliqué que aunque la valija sea muy chiquita, son tantas que no cabe en el sulky.

viernes, febrero 20, 2015

Ping-Pong

Un hombre mayor, que ya no duerme tanto como antes, que ya no está agobiado por obligaciones, cuyos amigos ya no están o ya no son sus amigos, decide agenciarse un pasatiempo al que dedicarle las horas muertas que preceden a la muerte. Vende, regala o tira los trastos que ocupaban el sótano húmedo, pero conserva la mesa de ping-pong, sobre la cual va construyendo, de a poco, una ciudad en miniatura. Trabaja minuciosamente desde la nostalgia, y cada detalle evoca tiempos más simples y más puros. Al cabo de seis años de labor constante, las casitas, el tranvía, la biblioteca y las escuelas ya ocupan el total de la superficie edificable. El viejo se ve obligado a comprar otra mesa de ping-pong para poder seguir llenando el ocio. Seis años después la segunda mesa ya está llena y, al ver que no hay lugar en el sótano para una tercera mesa, el viejo, con el pulso firme y resuelto, levanta una plaza para dar lugar al primer edificio.  

domingo, febrero 15, 2015

Observación

Con Quielo le mandamos un mail a Nik:

Señor Nik,

Desde hace años leemos su tira “La foto que habla” de La Nación y le queremos comentar algo que empezamos a notar desde hace un tiempo.

Entendemos que el mecanismo de la viñeta consiste en elegir una foto que muestre una situación determinada y luego agregarle un texto que la resignifique, contradiga y/o subraye, con intenciones satíricas. Por ejemplo, en este caso, en el que Maradona, manejando un yate y fumando un habano, enarbola un discurso de izquierda. Para que la foto “hable”, el chiste debe surgir de la imagen o en contraposición a ella.

Sin embargo, en muchos casos este mecanismo no se respeta. En este otro ejemplo, en el que se ve la Casa Rosada y se traza un paralelismo entre el rating de Tinelli y el ajuste, notamos que el diálogo es autónomo, y no necesita de la foto para entenderse. El diálogo no resignifica, contradice o subraya la foto. La imagen podía no estar y el chiste se entendería igual. Incluso los globos de diálogo vienen de afuera. No sentimos que en este caso la foto esté “hablando”. Esto sucede a menudo en sus trabajos.

No queríamos dejar de hacerle llegar esta observación.
Saludos,

Ezequiel y Mateo

viernes, febrero 06, 2015

Sapito

Cada vez que se agacha con dificultad, el viejo levanta la misma piedra. Enojado, usa la poca fuerza que le queda para arrojarla sobre la cordillera. Después vuelve a agacharse dolorosamente y levanta otra piedra, pero otra vez es la misma, y otra vez le sorprende que cada vez sea la misma. Ya es viejo y las sorpresas no lo sorprenden, así que la tira de nuevo a algún país vecino, con la esperanza de no volver a encontrarla. Pero, cuando se agacha a levantar otra, no es otra.