lunes, mayo 25, 2009

Al final era todo un sueño

Una espada rompe mi bufanda a la mitad. “Qué pena”, pienso, pero enseguida me consuelo con la idea de usar las dos mitades para apoyar la pava en la mesa. Pero pronto recuerdo que yo llevaba esa bufanda puesta en el momento del corte, y que ahora soy una cabeza en el aire, cayendo.

Caigo sobre una montañita de arena que se infla y desinfla regularmente, como si respirara. Empiezo a caminar sin rumbo entre miles de montañitas idénticas. Alguien, un insecto diminuto, está caminando sin rumo entre los miles de pequeños granos de mi cara, que se inflan y desinflan dependiendo de la marea del pus subcutáneo. Distraído con el diminuto espejo, tropiezo y caigo.

Después caigo al revés y me gusta, porque ya no estoy de cara en el piso, sino parado. Comparto el entremés que venía escondiendo y me siento un poco mordido con cada bocado que le dan, como si yo mismo fuera la mitad de enero. Me pican las manos y me rasco las dos al mismo tiempo, una con la otra. Pero después intuyo que las manos me picarían aunque yo no estubiera ahí para sentirlo, y me cruzó de brazos. Tentado por el aroma, me acerco a una estatua. Pero no alcanzo a alcnzarla, porque en el camino me caigo al revés. Y me gusta, porque ya no estoy durmiendo, sino en pijama, y ya puedo empezar a fumar cigarrillos.

miércoles, mayo 20, 2009

Amigos, familia,

Me voy a tener que poner a escribir un nuevo libro, porque el que venía escribiendo se quedó sin hojas en blanco. Pero antes voy a publicar el viejo, que se llama Natasha ernesto y yo, y que lo editan nulú bonsai y Milena Caserola.

La presentación es este jueves 21 de mayo, en el Pacha, a las nueve de la noche, y va a haber galletitas y jugo para los que lleguen temprano. ¡Vengan y lean!

Ansiosamente,
Mateo

miércoles, mayo 13, 2009

Art attack




Estoy yendo a clases de dibujo, y disfrutándolo mucho. Cuando llego a mi casa, meto todo en el scaner y lo potochopeo hasta dejarlo irreconocible. Acá los resultados, dos.

viernes, mayo 01, 2009

Fin de semana

Dolores y Moni desayunan tostadas y café. Las dos tienen el mismo peinado, tirante y con un rodete en la nuca. Dolores está vestida con su uniforme de colegio y da pequeños y prolijos bocados a su tostada, cuidándose mucho de no mancharse la ropa con mendicrim. Su madre la mira con reprobación anticipada, pero Dolores maneja el pan como si fuera plutonio, y nunca le da el pie a Moni para una recriminación.

-Mirá Dolores, yo soy una persona tolerante, pero tengo mis límites. Ya es la segunda miga que cae sobre el mantel. ¿Por qué no usas el platito? Y no respires tan cerca del azucar, ¿Querés? Al final una se mata por educarlos y les terminan saliendo infradotados incapaces de seguir las más básicas normas de convivencia.

Dolores busca las migas por toda la circunferencia del plato pero no encuentra ninguna. Por no contrariar a su madre, usa la palma de su mano derecha para empujar unas migas imaginarias hasta el borde de la mesa, dónde la oportuna mano izquierda las recibe y las tira en el plato.

-No te hagas la viva. No estaban ahí. Ahora ya no están más ¿no ves que estás respirando como un búfalo por toda la mesa? Después igual limpio yo ¿No? Mirá si serás infeliz. Yo a tu edad ayudaba a mi mamá en la casa en vez de andar mandando mensajes de texto y quedándome dormida a media tarde, con todos los libros tirados. Vos y todas las criaturitas de tu edad. Una generación entera con un nivel de memez sin precedentes. Parece que se hacen los estúpidos.

Dolores se mete el último bocado tostada en la boca y lo ablanda con el café. Se paran en silencio. Moni agarra su cartera, Dolores se cuelga la mochila y salen a la calle. Dolores traga la tostada tibia en la vereda helada, y sonríe sin que se note.

-¿Te lo abrochaste bien? Lo único que falta es que me rompas el parabrisas con la cabeza.

Moni saca el freno y pone la llave, pero no la hace girar. Primero se da vuelta y mira a Dolores, sentada rígida en el asiento de atrás, contra la ventana.

-Sos fea ¿Eh? No hay remedio.

Hacen un par de cuadras en silencio. Moni inclinándose a cada rato para mirar a su hija por el espejo retrovisor.

-Dejá de respirar así, Dolores. ¿No tenés dignidad? Es totalmente desagradable. Tratá de dejar un poco de aire para los demás. Si tenés la nariz tapada, sonate, pero no andés respirando por la boca como una prostituta.

Moni frena de golpe para evitar un choque contra un auto en la esquina del colegio de Dolores. Dolores mira al otro auto y ve que el conductor es su profesor de literatura. Sonríe, y esta vez no puede evitar que la sonrisa le llegue a la cara y le estire los labios. El profesor pide disculpas a pesar de que él tenía derecho de paso. Moni, enojada y asustada, toca la bocina con todo el cuerpo.

-Pero que gente estúpida… Quién los manda a subirse a un auto cuando son tan…
-Fue culpa tuya- Interrumpe Dolores.

Moní le clava una mirada fulminante en el espejo retrovisor. Dolores, temblando de furia, sostiene sus ojos en los de su madre.

-Venía por la derecha.

Moní frena frente al colegio y, sin que medie otra palabra, Dolores se baja del auto. Antes de cruzar la puerta, se da vuelta para mirar como se aleja su madre. Después se suelta el rodete, pero el pelo no cae sobre sus hombros como debiera, porque conserva la memoria del peinado carcelario. Hace falta que Dolores suba las escaleras apurada, salteándose escalones, para que el lacio natural vuelva a acomodarse.

Es la primera en entrar a la clase, justo antes de que suene el timbre, y todos los bancos están vacíos. Elige el de más a la derecha de la primera fila y se sienta a esperar. Los demás chicos van llegando y sentándose en sus lugares. Los chicos que hablan en el fondo no ven entrar al profesor, que tiene que pedirles silencio para empezar la clase. Tiene puesta una corbata. Dolores no lo había notado cuando lo vio en el auto. Es una corbata muy linda.

-Espero que hayan tenido un buen fin de semana, porque hoy me lo van a contar. Lo van a escribir. ¿Por qué se quejan? ¿Quieren que sigamos con Macbeth? Me pareció. Pero no quiero que me lo cuenten de cualquier manera, quiero que se traten a sí mismos cómo si fuesen personajes inventados. Por ejemplo, vos, Alejandro, contame algo que hayas hecho en el fin de semana.

-¿Ahora? ¿O lo escribo?

-Ahora, cualquier cosa. Así nomás.

-Esteeeee… fui a lo de Lucho y desarmamos una cortadora de pasto.

-Perfecto. Ahora quiero que te saques de la situación, y la cuentes como si la vieras desde afuera, como si pudieras estar en todas partes a la vez, eligiendo qué contar, descartando lo que no es importante.

-Esteeeee…. Lucho está solo en un… floreado jardín.

Alejandro mira en torno y levanta los brazos, pidiendo aplausos para su adjetivo. Los del fondo aplauden.

-¿Y qué hace Lucho? ¿Cómo lo hace?

-Está desarmando la cortadora de pasto… como absorto.

Aplausos generales. Lucho le choca las cinco.

-¿Y después?

-Lucho se pega una duchita, enjabonándose las partes con esmero. Y se va a dormir plácidamente.

-¿Ya se fue a dormir? ¿Y vos dónde estás?

-Lo estoy mirando de afuera como me dijo, profe.

-Chicas, si se siguen riendo de los chistes del alumno Caruzzo los va a seguir haciendo. Háganme el favor. A pesar de que su compañero se obstina en sabotear mis clases, no está del todo mal el ejemplo. Fíjense todas las cosas que dice, sin decirlas realmente. Cuando dice que el jardín es floreado nos imaginamos que es primavera. Lucho está desarmando una cortadora de pasto y yo salto a la conclusión de que está rota, y que por ende el pasto estará largo. La imagen completa es un poco selvática, con bichos zumbando y montoncitos de tierra de los que hacen los gusanos para salir a respirar cuando llueve.

-Nada que ver.

-Ah, Caruzzo, eso es culpa suya. Si me hubiera dado más detalles, tal vez mi imagen mental sería más atinada. El problema de escribir, chicos, una vez que ya se sabe sobre qué se va a escribir, es decidir que información dar, qué información dejar tácita o insinuada, y que información es completamente innecesaria. Si fallamos en esto, podemos terminar diciendo algo que no queremos. Por ejemplo, cuando Caruzzo elige contarnos que Lucho se enjabona bien las bolas, podríamos tomarlo como un simple comentario sobre la buena higiene personal del alumno Torres. Pero nosotros como escritores tenemos que preguntarnos ¿Por qué elige contarme esto y no otra cosa? Y la respuesta es obvia: Caruzzo es un homosexual reprimido que mira a sus amigos desde afuera mientras se bañan.

Dolores es la única que no se ríe. Pero por dentro sí se ríe. Mucho.

-Bueno chicos. Saquen dos hojas. Tienen hasta las y media y me los voy a llevar para corregirlos, así que escriban claro por favor. Escriban cualquier cosa que les haya pasado desde que salieron del colegio el viernes hasta que entraron hoy a la mañana. No importa si no les pasó nada interesante. Cuéntenmelo como si fuera interesante. A trabajar.

Dolores se agacha y saca una carpeta de la mochila. Muerde la birome mientras mira la hoja en blanco. Los fines de semana los pasa siempre en su casa. Rara vez la dejan ir a lo de amigas. Se encierra en su cuarto y escucha música o lee. Ayer terminó un libro que le prestó su profesor de literatura. Lo mira, sentado detrás del escritorio. Le mira la corbata y piensa “nunca usa corbata. Hoy debe ser un día especial”. Y se larga a escribir.

Casi sin dejar que las palabras pasen por el filtro de la conciencia, describe el desayuno con su madre, el viaje al colegio, el casi choque con el profesor. Cuando llega al momento en que se baja del auto sin decirle adiós a su madre, se detiene y mira la hora. Faltan quince minutos para las y media. Sigue escribiendo, aunque el fin de semana quede atrás cuando cruza la puerta, cuando se suelta el pelo, en las escaleras, en el aula. Sigue escribiendo y cuenta el principio de la clase, los chistes de Caruzzo, las respuestas del profesor. Levanta la mirada de la hoja para verlo de nuevo, a través de un mechón de pelo suelto que le cae sobre la cara. Escribo estas últimas palabras sin dejar de mirarlo.