lunes, agosto 19, 2013

Mandato

Fui criado en una especie de fanatismo cínico y ateo. Papá no creía ni en los relojes. Mamá, hacia el final, no creía ni en el materialismo dialéctico. Crecí con la certeza de que La Verdad existía, pero, como el díos de los piadosos, no se dejaba ver jamás. Y mis padres, injustamente, también me inculcaron el mandato de buscar esa verdad elusiva, de denunciar la mentira, de luchar contra toda falsedad, de poner el grito en el cielo ante la más mínima tergiversación de lo real.

Mi infancia estuvo privada de fantasía y de ficción. Las quimeras que llenaban las horas ociosas de mis compañeros me resultaban tan ajenas como estúpidas. Mi imaginación amputada me vedaba, incluso, la pavorosa compañía de los monstruos. Mis maestros me juzgaban serio y antisocial, pero lo cierto es que en todo contacto humano debe mediar una ilusión, una mentira de la que yo era incapaz.

Ayer, después de enterrar a papá, salí con mi hermana del cementerio y caminamos sin rumbo y en silencio durante unas horas. En nuestro camino cruzamos a una vagabunda que tenía un pedazo de cartón con la palabra “vidente” anotada en lápiz. 

Me sembró una duda.

miércoles, marzo 06, 2013

Un caso de gravedad


Hay veces en la vida de un médico en los que la biblioteca se te prende fuego. Aunque ya conozcas exactamente el lugar preciso de cada parte del cuerpo (fémur, rodilla, cabeza), hay días en los que el cuerpo humano te sorprende y te confronta con tu propia ignorancia, y ves cuán compleja es la máquina de la vida y cuán lejos estamos de entenderla. Hoy fue uno de esos días.

Soria, Enrique Soria.

Se levantó con bastante dificultad de la silla. Yo ya había visto que estaba un poco pálido el par de veces que salí a la sala de espera a llamar a otros pacientes. Una vez que estuvo sentado en la camilla pude examinarlo, y enseguida empecé a darme cuenta de que su camisa estaba cubierta de sangre. Le pregunté al respecto.

¿Y esta sangre, Soria?

Como única respuesta, extendió la mano derecha, en la que sostenía su brazo izquierdo. De pronto noté que había sido separado violentamente del resto de su cuerpo. Fue muy impresionante. Nada te prepara para una cosa así. Ningún libro de medicina te dice qué hacer si un tipo pierde un brazo.

Hmm, la extremidad superior derecha.

Tomé su brazo cercenado en mis manos y lo miré largo rato. Improvisé. Con pulso ansioso pero medido, metí el brazo por la mana ensangrentada de la camisa y lo puse más o menos en el lugar donde iba. Después lo solté de repente. Pero el brazo, en lugar de sanarse como yo esperaba, se deslizó por adentro de la manga y rodó por la camilla hasta caer al suelo.

Claro, la gravedad.