miércoles, noviembre 10, 2010

Bo Lu ¡Daaa!

Melina: No sé, boluda, a veces me da por pensar cada cosa. Debo estar loca.

Lucila: Uy, ¿vas a empezar de nuevo con lo del universo?

Melina: No. Pensaba que… no sé, ¿cómo te explico? Ponele que yo miro esto… O mejor vos. Mirá esto. ¿De qué color es?

Lucila: Rosa.

Melina: Y si lo miro yo, también digo rosa.

Lucila: ¿Entonces?

Melina: Pero, ¿cómo sé que lo que vos ves es rosa?

Lucila: Porque te dije… no entiendo.

Melina: Claro, tipo, por ahí vos lo ves azul, pero como siempre te dijeron que ese color se llama rosa, le decís rosa.

Lucila: No entiendo.

Melina: Claro, ponele que...

Lucila ¡Entendí! Que loco… Qué loco. Por ahí vos me ves la piel verde, y te parece re normal.

Melina: ¡Estaba pensando el mismo ejemplo, boluda! ¡Piel verde!

Lucila: ¡Ay, boluda, tenemos telepatía!

Melina: A ver, pensá un número del uno al diez.

Lulcila: Seis.

Melina: No me lo digas, Naba.

Lucila: Ay, qué boluda, perdón. Ya está.

Melina: ¿Es tres?

Lucila: Ay, casi.

Melina: ¿Cuál era?

Lucila: El…

Melina: ¡Pará, no me lo digas!... ¿Cuatro?

Lucila: Frío.

Melina: Dos entonces.

Lucila: No.

Melina: ¿Cuál era?

Lucila: ¿Te lo digo?

Melina: Dale.

Lucila: Trece.

Melina: Del uno al diez te dije, Corky.

Lucila: Ay, qué tarada. Sabía que era del uno al diez, pero pensé el trece igual. Qué raro, ¿no?

Melina: No es raro, es que no te da la cabeza.

Lucila: Uy, sory, habló Eisenstein… Tampoco trece es un número taaan alto, che.

Melina: Es más alto que diez.

Lucila: Bueno, no soy una calculadora, boluda.

Melina: Pensá un número.

Lucila: ¿Otro nuevo?

Melina (sarcástica): No, otra vez el trece.

Lucila (piensa): Ocho.

Melina: Que incapaz que sos.

Lucila: Ay, te lo dije de nuevo.

Melina: Sí.

Lucila: Ya pensé.

Melina: ¿Nueve?

Lucila: No, era ocho.

Melina: ¿Pensaste el mismo número que dijiste recién en voz alta?

Lucila: No, eran dos ochos distintos

Melina: Qué boluda. Pensá otro.

Lucila: No, ahora pensá vos.

Melina: Bueno… listo.

Lucila: Cuatro.

Melina: No.

Lucila: Otro.

Melina. Listo.

Lucila: Seis.

Melina: Sí.

Lucila: ¿En serio?

Melina: Sí. Y además el cuatro también era, boluda, no sé por qué te mentí.

Lucila: ¿En serio?

Melina: Sí.

Lucila: ¿Por qué me mentiste?

Melina: De nuevo.

Lucila: Ok. ¿Quién piensa?

Melina: Las dos.

Lucila: Ya estoy.

Melina: Yo también. El tuyo es el cinco.

Lucila: No. El tuyo es el dos.

Melina: ¡Sí! ¡Adivinaste de nuevo, Boluda!

Lucila: ¡Otra! ¡Otra!

Melina: Ya pensé.

Lucila: Tres.

Melina: Sí.

Lucila y Melina: Bo Lu ¡Daaa!

Lucila: Pensá.

Melina: Listo.

Lucila: Seis.

Melina: ¡Sí!

Lucila (seria): Otro.

Melina (seria): Ya.

Lucila: Nueve.

Melina: ...Sí.

Pausa

Melina: Ya pensé.

Lucila: Siete.

Melina (asintiendo con los ojos vidriosos): Ya pensé otro.

Lucila (tapándose la boca): Trece.

Se abrazan llorando, asustadas.

jueves, setiembre 23, 2010

El terrible final de este texto que está acá abajo

Bajo pretexto de anudarse los cordones, el texto se agacha y mira en torno. Sabe que el silencio acecha en todas partes. Detecta, con ojo entrenado, al enemigo: Las franjas de silencio que lo limitan injustificadamente a los lados; la sangría que lo mira con la culpa del entregador; los espacio que, separando las palabra, promueven un silencio entre las letras. Antes de su fin, el texto piensa con tristeza , "Acaso este sea mi punto final". Pero se equivoca, es este:.

lunes, setiembre 20, 2010

Re: Re: Nada

Queridísimos amigos,

Antes, incluso, de saludaros, quisiera dejar algo bien claro: Me compré la tijera dentada para darle a mi correspondencia un marco novedoso y estelar. Por ningún otro motivo. Me duelen y ofenden algunas acusaciones que he recibido en respuesta a mi misiva sobre el inminente génesis, acusaciones injuriosas que suponen una intención por mi parte de lacerar los dedos de mis destinatarios, valiéndome del puntoso borde de la epístola. Estas risibles fabricaciones son claramente una nueva señal de estrechez mental por parte de ciertos sectores, que, por no cambiar de postura, se oponen siempre. Hace no mucho, las mismas personas rechazaban las pegatinas en forma de corazón que dispongo con amoroso cuidado en las esquinas del pliego, y que, hoy por hoy, casi todos atesoráis con cariñoso afecto. Por otra parte, la esencia con la que perfumo el sobre, que sin duda estáis oliendo con gozo mientras leéis estas palabras, fue también motivo de conflicto en su momento. Así que ya veis, todo lo que no nos mata, nos hace más amigos :)

domingo, setiembre 19, 2010

Asunto: Nada

Queridísimos Amigos,

Como sabéis, se acerca el momento temido, un principio amenaza con empezar, un Bang muy Grande. Esta Nada en la que vivimos, que sin ser mucho, es suficiente, se convertirá, a las cero horas, en sinónimo de “no Algo”. Todo aquello que Sea, nos negará. Nos negarán el tiempo fatigoso y el espacio inabarcable, la materia, los límites, las fuerzas y accidentes.

Pero no debemos lamentarnos, mis amigos: Al no existir aún ese tiempo ni ese espacio, no es este el momento ni el lugar para la melancolía. Propongo en vez, afrontar el Fin de la Nada como si nada tuviéramos que perder, abrazar al azar, a lo posible, a lo que Sea. Esto puede ser el principio de un hermoso universo. Pues eso, y, nada, que os quiero.

sábado, julio 10, 2010

Juan 4:48

“Cristo redentor”, dijo Elisa, porque la rigurosa tapa de la mermelada empezaba a dibujar marcas rojas en la delicada piel de sus manos. “¿Habráse visto tapa más hija de puta?”, preguntó empuñando el frasco hermético hacia el techo, queriendo, en realidad, señalar la cúpula celeste.

Un chispeo silencioso empezó a brillar en el aire junto a ella. Al principio, Elisa creyó que se trataba de una baja de presión causada por el enorme y vano esfuerzo sobre el sello inviolable, pero pronto empezó a distinguirse, traslucida al principio, la figura inconfundible de nuestro señor Jesús de Nazaret. La barba, las sandalias, el pelo largo, la túnica, todo.

Y dijo Jesús: -Dame el frasco, mujer, pues mis manos podrán lo que las tuyas no han podido- Y así diciendo tomó el frasco en sus manos, y Elisa pudo ver que Jesús asía fuertemente la tapa, y se mordía el labio inferior, pues era mucha la fuerza que requería la hazaña, y en pocos momentos oyose un ruido seco, y la mermelada estaba abierta.

martes, junio 15, 2010

Ciertos aciertos

No me cuesta admitir ciertos aciertos en lo que ahora escribo. El primero: aquel acertado título, que anuncia aciertos, pero precedidos de la palabra “ciertos”, vocablo que cuestiona, modestamente, los mismos aciertos a los que alude. La tensión se plantea desde el principio, la sensibilidad y la audacia del autor son rescatadas por el lector y, ciertamente, por el éxito.

Lo segundo que encuentro destacable es como abre el primer párrafo, con una sangría sugerente, ambigua. Es a la vez el silencio que el título exige para ser asimilado y el redoble militar que anuncia la primera oración del texto, que es la mejor que he escrito en mi modesto esfuerzo como escritor. Las palabras, que acaso me justifican, confiesan como al pasar lo siguiente:

No me cuesta admitir ciertos aciertos en lo que ahora escribo”.

En una sola frase niego a Homero, a Cervantes, a De Quincey, a Hernández... Y ese castillo de naipes, esa vasta biblioteca que imagino con todos los libros posibles: La Literatura, cae porque yo elijo contar en un presente estricto, que sólo puede verse a sí mismo, negando todo otro tiempo posible. Por otra parte, al evidenciar ad initio la figura de un escritor detrás del texto, anulo el contrato tácito entre el escritor y el lector, para siempre.

La segunda oración es conciliadora. Para salvar a la literatura, esgrimo un último recurso: seguir escribiendo. Si la literatura realmente hubiera claudicado, razono, alguna fuerza me impedirá anotar esta segunda oración:

“El primero: aquel acertado título que anuncia aciertos, pero precedidos de la palabra “ciertos”, vocablo que cuestiona, modestamente, los mismos aciertos a los que alude.”

Un afluente vigoroso desborda el lecho en el que la literatura, moribunda, era ya un mero arroyo, poco más que un hilo de humedad atravesando el llano en dirección nornoroeste. El fluir de mi pluma ejemplar riega de sentido el mundo, limpia en su arrastre la confusión que se acumulaba a ambos lados del entendimiento y nutre con sedimentos fértiles de lucidez los brotes de verde inteligencia que luchan por ver la luz en las orillas. Si calificar de “acertado” al título “ciertos aciertos” ya me hubiera merecido la admiración de los catedráticos, yo voy aún más lejos, evidencio, y por ende perpetúo, la tensión que genera semejante encabezado, igualando al lector al mismísimo escritor, mostrándole la trama del hilo con el que tejo la trama de lo que está leyendo.

Cierro el primer párrafo de manera triunfal, cosechando los laureles que, con apenas un rótulo acertado y tres frases incisivas, merezco ya con creces:

“…la sensibilidad y la audacia del autor son rescatadas por el lector y, ciertamente, por el éxito.”

Además de una profunda y reflexiva autocrítica, que me descubre “sensible” y “audaz”, demuestro una gran visión a futuro, al vaticinar, casi con clarividencia, que el lector y el éxito rescatarán estas humildes palabras.

lunes, junio 07, 2010

El precio del amor

Un hombre se acerca a una cajera de un supermercado

Hombre: ¿Me podés decir el precio de esto?

Cajera: Cómo no, señor. (beep) Doce setenta.

Hombre: ¿No será mucho?

Cajera: ¿A usted cuánto le parece que vale?

Hombre: Ocho. Nueve como mucho.

Cajera: Bueno, usted pague nueve y yo pongo la diferencia de mi bolsillo.

Hombre: ¿Porqué?

Cajera: Porque usted me gusta.

Hombre: ¿En serio? ¿Qué te gusta de mí?

Cajera: Sus facciones claras, su mirada profunda pero tranquila, su manera distraída de perderse entre las góndolas… pero lo que más me gusta de usted es esa sonrisa huidiza que ahora mismo le ilumina el rostro. Podría vivir buscando nuevas y viejas maneras de robarle esa sonrisa.

Hombre: ¿Así que te gusto?

Cajera: Sí, la verdad que sí.

Hombre: ¿Y querés tomar algo después?

Cajera: No, gracias.

Hombre: ¿Cómo?

Cajera: Usted me resulta vomitivo.

Hombre (herido y confundido): ¿Qué? Pero dijiste…

Cajera: Era un mentira que pergeñé. Quería tentarlo para que comprara ese shampoo. Mi plan nunca fue pagarle la diferencia. Confiaba en que usted, halagado por mi engaño, no aceptara la oferta e insistiera, caballerosamente, en pagar el monto total.

Hombre: Ya veo. Que necio fui al pensar que yo podía gustarte. Vos sos tan linda.

Cajera: ¿Usted cree?

Hombre: Sí. Deben decírtelo todo el tiempo.

Cajera (sonrojándose): Bueno… a veces.

Hombre: No seas modesta, Teresa.

Cajera: ¿Cómo sabe mi nombre?

Hombre: Lo dice el cartelito que tenés en la teta.

Cajera (riendo): No diga teta, señor.

La cajera termina de reírse y por un breve instante se miran a los ojos en silencio. El hombre se da cuenta de que la ama.

Hombre (retrocediendo de espaldas, sobrecogido por la emoción): Bueno. Adiós.

Cajera: Espere, se olvida el shampoo.

Hombre: No, dejá. No lo voy a llevar.

Cajera: Mire que le cobro nueve y yo pongo la diferencia.

Hombre (confundido): Creí que eso era un complejo engaño. Que tu intención desde un principio era halagarme para que yo comprara…

Cajera (interrumpiendo): Era mentira.

Hombre: ¿Qué parte?

Cajera: Usted en realidad sí me gusta. Me gusta mucho. Y además, imagínese que yo no trabajo a comisión con el supermercado. Poco podría importarme que usted lleve o deje de llevar un shampoo.

Hombre: ¿Y ese plan que me decías antes?

Mujer: Lo dije por pudor. Cuando me invitó a tomar algo… me sentí vulnerable e inventé cualquier cosa. Lo siento, no quise mentirle. Si usted volviera a invitarme, no dudaría en responder que sí.

Hombre: ¿Querés pasar por casa cuando salgas de trabajar?

Cajera: Sí.

Hombre (sonriendo enormemente): ¡Qué feliz soy!

Cajera: Yo también. Verlo sonreír así...

Hombre: Voy a casa a preparar todo. Cobrame esto.

Cajera: ¿Lleva el shampoo solo?

Hombre: Sí

Cajera (beep): Nueve pesos.

Hombre: No. Doce con setenta. Pienso pagar el total.

Cajera: Usted es un caballero.

viernes, mayo 21, 2010

Globalización

Nueve tenía yo cuando se inauguró el atlántico. Lindo, fue. Todo el barrio pintado nuevo, con banderines que cruzaban de poste a poste en las esquinas. Mamá cocinó unos patys, y papá hablaba, alegre de tener una copa en la mano, sobre cómo serían los rusos, los coreanos, los portugueses. Por ese entonces se sabía muy poco, nada en realidad, y las cosas que decía papá estaban basadas en los falsos datos que circulaban por Internet. Pocas semanas después llegarían los primeros barcos de Asia, África y Europa, y el mundo cambiaría para siempre. Pero ese domingo pertenecía todavía a una época anterior, más inocente, más sencilla y monótona, y papá, sentado en la cocina de casa, inventaba datos para su audiencia de dos.

-'.'-

Papá (apuntándome con un dedo desde una punta de la mesa a la otra): Tenés que pensar en la arquitectura, Dante, los portugueses no son tangibles. ¿Dónde los ponemos?

Yo: ¿Qué es tangible?

Papá: ¿Quién pensás vos que es más poderoso, Corea, Portuguel o Rusiolandia?

Yo: Portuguel, porque no son tangibles

Papá: ¡Error! La respuesta correcta es: ninguno de los tres. (Pausa y trago) Existen más países del otro lado del Atlántico, Dante, países mucho más poderosos... El primero, Rusioslovaquia. Muy jevi. Son como los Rusiolandeses pero dieciocho veces más rápidos. No tienen autos. No los necesitan.

Yo: Faa.

Papá: Y eso no es nada. En Uropa hay un país, el Vaticarlos, que es de Dios, así nomás. Esos sí son jevi, mucha guita.

Mamá: No le inventés cosas al nene, Rubén. (A mi) Dios no existe, Dante.

Papá: Acá no existe. Allá no sabemos.

Yo: ¿Y los chindios?

Papá: No, Dante. Están los chinos y los indios, los chindios no existen.

Yo: Los chinos quise decir.

Papá: Uy los chinos… Qué jevis que son los chinos. En este momento podría haber, acá mismo… no sé… siete chinos, y vos ni te enterarías.

Yo (susurrando): ¿Acá en la cocina?

Papá: Sí.

Mamá: Eso no está comprobado.

Papá: Se sabe, mujer.

Mamá: Se sospecha.

Yo: ¿Y nos están viendo?

Papá: Son ciegos, dante. Donde nosotros tenemos los ojos ellos tienen dos ranuras que segregan feromonas. Son muy sexuales, por eso son tantos.

Mamá: ¡Rubén!

Papá: ¡Si es la verdad!

Yo: ¿Qué es feromonas?

Mamá: Y vos, no preguntés cosas que no tenés que preguntar.

Mamá me golpea la cabeza con una espátula que chorrea grasa de paty.

Yo: ¿Cuales son los más jevi de todos, pa?

Papá: Los afriquenses.

Yo: ¿Son muy jevi?

Papá: Muy.

Yo: ¿Por? ¿Qué hacen?

Papá: ¿Qué no hacen, Dante? Eso te pregunto yo.

Yo: ¿Hacen todo?

Papá: Todo.

Yo: Faa.

viernes, abril 16, 2010

El trigo

Entré a casa y me saqué los guantes. Primero el izquierdo, con la mano derecha, y después el derecho, con la izquierda. Distraído por una nota que me habían dejado en la mesita de entrada “Se acerca el fin del mundo, salí a comprar más trigo. Irene”, volví a sacarme el guante de la mano izquierda. Apoyé los tres guantes en la mesa, sobre la nota, y fui a la cocina. Revisé las alacenas y confirmé mi temor: tan llenas de trigo estaban, que no entraría el trigo que Irene estaba comprando. Así que agarré unos cuantos trigos y empecé la molienda y el envasado de las harinas. Empaquetado ocupaba mucho menos espacio, y cuando llegó Irene con el Dodge cargado de trigo, pudimos acomodarlo con bastante comodidad.

Después de un aperitivo liviano, acompañado de una conversación distendida y un poco vulgar, le pregunté a Irene llorando, desesperado al principio y con amarga resignación más adelante, sobre el inminente fin del que hablaba su nota. “Dos horas” fue su críptica réplica. Dejó pasar unos momentos y agregó “Kaput”.

Debemos dormir una siesta, sugerí, pero la palabra siesta era un código secreto, que se refería a otra cosa. Pero no develaré qué es esa “cosa” porque soy un caballero y no hablo de mi relación amorosa con Irene, y menos en mi blog.

Irene no respondió a mi avance sexual de "la siesta", tenía la mirada perdida en el bosque. “¿No te interesa saber para qué salí a comprar más trigo si ya sabía que se venía el fin del mundo?” me preguntó. Y yo, que no había sentido ningún interés hasta ese momento, me vi de pronto muy interesado por saber para qué había comprado más trigo. “Sí”, dije. “El trigo, Rubén, el trigo contará nuestra historia.”

Miré el trigo incrédulo. ¿Mero trigo? ¿Contando nuestra historia? Imposible. ¿O acaso había algo que se me escapaba? Miré por toda la habitación, buscando algo. Nada. “El tiempo apremia, Irene. No hables en acertijos.” Díjele a Irene, enojado. “El trigo siente, Rubén, el trigo ama.” Respondiome ella. “A ver”, contestele, a su vez, yo mismo. “Pedile que cuente nuestra historia.” A lo que ella se quedó quieta y el trigo no hizo nada.

Demás está decir que pasaron las dos horas y el fin del mundo no llegó. Irene, resultó, está totalmente desquiciada. Yo fui muy inocente al no preguntarle cómo sabía que se venía el fin del mundo. Ese mismo día la puse al cuidado de profesionales. Y aunque a veces me duele la soledad, ahora tengo todo el trigo para mí.

lunes, marzo 15, 2010

Una pausa larga

Iris y Abel están sentados ante una mesa en la cual un rompecabezas de quinientas piezas está bien encaminado. Trabajan por separado, cada uno en su sector. Abel deja lentamente de lado una pieza y levanta otra al azar. Aprovecha el cambio para dedicarle a Iris una mirada de resignado desprecio. Pero en seguida el interés le curva las cejas en un gesto inteligente que le estira la arrugada piel de los párpados. En las manos de Iris está la pieza que él busca. Los dos se quedan absolutamente quietos, mirando. Abel espera en silencio a que la apoye en la mesa. Pasa un año, Iris ni siquiera se da cuenta de que Abel la está mirando. Dame esa, Iris, dice Abel. Iris deja pasar unos siglos antes de contestar. ¿Porqué no agarrás de la mesa? Mirá todas las que hay. A lo que Abel enseguida responde, estoy buscando la que tenés en la mano. Viendo que se acerca un período glaciar, y sólo por provocar a su esposo, Iris decide esperar a que llegue y se vaya antes de contestar, siempre pensás que la que yo tengo es la que estás buscando, y nunca es. Abel, ya bastante disgustado al ver que el asunto se dilata, responde, esta vez es, no tengo duda. Iris mira a Abel por sobre sus anteojos y, sin bajar la mirada, calza la pieza en su propio sector. Después hace una pausa larga, de varios segundos tensos, y pregunta, ¿estás seguro, Abel?

miércoles, marzo 10, 2010

Rubén pide perdón

María va a la farmacia. La atiende Rubén.
Rubén: Hola, María.
María: Mirá, Rubén, no te pongas pesado.
Rubén: ¿Yo qué dije?
María: Nada, pero te aviso.
Rubén: De ranas como vos tengo la sartén llena, nena. Llena, nena.
María: Ay, sos muy nabo.
Rubén: ¿Viniste a comprar algo, o a perderte en el azul de mis ojos?
María: No te banco nene, ¿podés ser normal?
Rubén: Vos sos anormal.
María: Vine a comprar curitas.
Rubén: ¿Te cortaste?
María: No.
Rubén: ¿Tu vieja?
María: No.
Rubén: ¿Quién?
María: Nadie, ¿Qué te importa, nene?
Rubén: Tu viejo, con un fierro oxidado del Ford.
María: ¡Que estúpido! (toca madera y se santigua). Nadie se cortó.
Rubén: Entonces viniste a verme.
María: Vine a comprar curitas.
Rubén: No, viniste a buscar una curita para tu corazón enamorado. De mí.
María: ¿Me vas a dar las curitas?
Rubén: ¿Cuáles?
María: Cualquiera, la más barata.
Rubén: No, digo, ¿Cuáles, las que se pegan a la piel o las que arreglan corazones enamorados de mí?
María: Ay, sos muy estúpido. Las compro en el quiosco.
Rubén: ¿Porqué no fuiste al quiosco directamente? Tenías ganas de verme, admitilo.
María se da vuelta y…

…avanza hacia la puerta.
Rubén: Pará, Rabietas, llevate las curitas.
María frena y lo mira. La sonrisa de Rubén desaparece apenas ve los ojos de María cargados de lágrimas e inyectados de sangre. Se queda duro y en silencio, asustado.
María (llorando): ¿Por qué sos tan malo? ¿Qué te hice? Decime, nene, ¿Qué te hice? ¿Te pensás que para mí es fácil venir?
Rubén: Pará.
María: Y no vine para verte, tarado, vine para ver cómo estabas.
Rubén, parado delante de un estante con cientos de remedios, no puede hablar. María camina el largo de una góndola de accesorios y sale por la puerta. Después de unos segundos, Rubén salta por encima del mostrador, tirando un exhibidor de anteojos negros al piso, y sale detrás de María. La encuentra sentada en la esquina, llorando.
María: Dejame en paz.
Rubén: No sabía.
María: ¿Qué no sabías?
Rubén: Perdón.
María: Andate.
Rubén: Mari… Yo pensé que me odiabas.
María: Te odio.
Rubén: No, por favor.

viernes, febrero 26, 2010

Huestes cansinas pastan de mi cuerpo anquilosado

Estoy solo en casa, escribiendo esto. Suena el teléfono. Atiendo.

Mateo: ¿Hola?

Mateo: Hola, ¿estaba yo?

Mateo: …No…. creo que no. ¿Quién sos?

Mateo: Todavía no soy nadie.

Mateo: Entonces no, no estábas.

Mateo: ¿Me habrás dicho que me llame cuando llegue?

Mateo: ¿Qué?

Mateo: Que me llame cuando llegue

Mateo: ¿Con qué número querés hablar?

Mateo: 4790-0468

Mateo: ¿Y con quién querés hablar?

Mateo: Conmigo.

Mateo: Bueno, cuando llegues te digo que te llames.

Mateo: Gracias. Igual me voy a llamar al celular.

Mateo: De nada, suerte con eso, loco.

Cuelgo el teléfono y empiezo a corregir la conversación que acabo de tener mientras pienso cómo seguir el diálogo.

Suena mi celular. Miro la pantalla: número desconocido. Atiendo. Mientras hablo voy escribiendo lo que nos decimos.

Mateo: ¿Hola?

Mateo: ¿Mateo?

Mateo: Sí.

Mateo: Voy a ser yo.

Mateo: ¿El mismo loco de recién?

Mateo: No. ¿Qué loco?

Mateo: Me acabás de llamar al fijo, el 4790-0468.

Mateo: Ah, sí, ¿ese era yo? ¿Por qué no me dije que era yo?

Mateo: ¿Quién sos?

Mateo: Yo… seré.

Mateo: ¿Yo quién?

Mateo: ¿No sé quién soy?

Mateo: No sé

Mateo. No-se- te ipsum

Mateo: ¿Qué?

Mateo: Es latín.

Mateo: Ya veo. Hola Mateo.

Mateo: Hola.

Mateo: ¿Sos Mateo Ingouville?

Mateo: Sí.

Mateo: ¿Cómo estoy?

Mateo: Bien. Estaré.

Mateo: Me alegro

Silencio

Mateo: ¿Sos Quielo?

Mateo: No.

Mateo: ¿Tazelaar?

Mateo: Sí.

Mateo: Hola, Tazelaar.

Mateo: Será un chiste, seré yo, Mat.

Mateo: Hablame en presente.

Mateo: Es un chiste, soy yo, Mat.

Mateo: ¿Y qué quiero?

Mateo: Nada, llamaba para ver cómo andaba.

Mateo: ¿Me estás llamando desde el futuro?

Mateo: Aja.

Mateo: Te va a salir carísimo.

Mateo: Sí, la tengo que hacer corta. ¿En que andaba?

Mateo: Escribiendo esta conversación.

Mateo: Malísimo. Otra vez la serpiente que se come la cola.

Mateo: ¿Simón?

Mateo: No, Mateo, soy Mateo.

Mateo: ¿Dé qué año me estás llamando?

Mateo: 2010. Junio.

Mateo: ¿Dentro de cuatro meses?

Mateo: Sí.

Mateo: ¿Y es lindo?

Mateo: Precioso.

Mateo: ¿Hay autos voladores?

Mateo: Hay helicópteros, que es más o menos lo mismo.

Mateo: ¿Hay dinosaurios?

Mateo: Mateo, ¿sigo escribiendo todo lo que digo?

Mateo: Sí.

Mateo: Basta, Mat, en serio. Está empezando a aburrir el chistecito de la serpiente que se chupa su propia pija. Me lo digo porque sé de lo que hablo, en estos cuatro meses viví más cosas, experiencias, escribí más cuentos… tengo que bajarle un cambio a la mamuska.

Mateo: ¿Contar algo decís?

Mateo: Eso mismo digo. Una historia.

Mateo: ¿Por ejemplo?

Mateo: ¿Te digo una que acabo de escribir? Cinco minutos antes de llamarte. Escuchá esta joya: Huestes cansinas pastan de mi cuerpo anquilosado.

Mateo: ¿Qué es anquilosado?

Mateo: Maltrecho.

Mateo: ¿De dónde sacaste la palabra?

Mateo: Es una de las muchas cosas que aprendí en estos cuatro meses.

Mateo: ¿Cómo sigue?

Mateo: ¿Qué cosa?

Mateo: Lo que estabas leyendo de las huestes anquilosadas.

Mateo: Era eso solo.

Mateo: ¿Esa frase?

Mateo: Tengo que darle un minuto para terminar de entenderla, ya voy a ver, ya voy a ver.

Pasa un minuto

Mateo: Sí, ya lo veo. Es impresionante.

Mateo: ¿No es cierto?

Mateo: Sí, la verdad que sí. Cuenta una historia.

Mateo: ¿Ahora veo? Ese tipo de cosas tengo que escribir.

Mateo: Sí. Es brillante.

Mateo: Me la regalo, puedo decir que es mía.

Mateo: Ya la usé en un cuento.

Mateo: ¿Cual?

Mateo: Este.

Mateo: ¿Sigo escribiendo todo lo que digo?

Mateo: Sí.

Mateo: Pero, carajo. Voy a cortar para dejar de alimentar esta pesadilla. Adiós, Mateo.

Mateo: Chau, fenómeno. ¿Puedo usar la frase esa para el título?

Mateo: No.

Mateo: La voy a usar igual.

jueves, febrero 18, 2010

Mi cadaver

Hay un cadáver hecho de mi carne acurrucado en mi sillón favorito, recitando mis memorias con el libro cerrado, de memoria, sin saltearse ni una coma, ni una noche de insomnio, ni una humillación. Con la paciencia de un paciente que se ahoga en el tanque de nafta de una ambulancia estacionada, me mira de reojo, esperando a que me aleje para comerse los pedazos de pan que voy arrancando de mi brújula y tirando encima de cada uno de mis pasos pasados, para poder volver a casa. Nos turnamos para respirar la única bocanada de humo puro que queda en el mundo, yo por necesidad, mi cadáver por empatía. Cuando llega, en la lectura de mis memorias, al presente, empieza a improvisar estas palabras, que yo escribo para que mi cadáver pueda seguir leyendo un rato más.

viernes, enero 29, 2010

Si te percatás de que tenés dos manos derechas, te podés dar cuenta que estás soñando.

Voy a la cocina y agarro una naranja.
Apoyo una naranja en la mesa y la mesa se tiñe de naranja.
Apoyo una hoja de papel en la mesa y el papel se tiñe de naranja.
Con la mano derecha, apoyo la punta del lápiz en la hoja, y mi pelo se pone naranja.
Empiezo a dibujar una pera.
Con cada trazo que hago la naranja verdadera se va convirtiendo más y más en una pera.
Sigo dibujando hasta que se encuentra en un punto medio entre las dos frutas.
La exprimo y me hago un jugo de pera y naranja.
Pinto la mesa de blanco usando la misma mano que antes.
Voy a la cocina y agarro una naranja.
Agarro otra hoja.
Para evitar que la nueva naranja vuelva a teñir todo de naranja, antes de apoyarla en la mesa le pinto también de blanco.
Espero a que seque y empiezo a copiar la naranja blanca en la hoja.
Cuando siento un pique, levanto el lápiz de golpe.
La línea que hacía se escapa de la hoja y sigue la punta de mi lápiz en el aire.
Dibujo, en 3d, un corderito adentro de una caja.
El corderito se come la caja, la naranja y un libro, que aún no leí, sobre el cultivo de pasto Lolium perenne, también conocido como césped ballico o inglés.
Para evitar más destrozos dibujo un látigo y un banquito.
El cordero piensa que tengo un león y se escapa por la escalera de incendio que le voy dibujando yo.
Pero para dibujar la escalera uso la otra mano, la derecha.

jueves, enero 28, 2010

Velita


“These violent delights have violent ends”
W. Shakespeare, Romeo and Juliet

Hurgando más profundo que nunca, saqué de mi oreja una pelota de cera que pensaba, sentía y era capaz de amar. Vivimos un breve idilio, encerrados en un departamento de Chacarita, con la persiana cerrada las veinticuatro horas de la noche. Me embriagaban el amargo sabor de sus besos, su textura oleaginosa, las suaves chanchadas que me suspiraba en el conducto auditivo externo. Vivíamos del aire, muriéndonos de hambre para no salir de la cama, ajenos a todo lo que no fuera el otro.

Pero un día, que recordar es revivir en cada uno de sus desgarradores detalles, todo cambió para siempre. Yo llevaba a mi adorada bola de cerumen amorosamente apoyada en la punta de mi dedo índice. Por descuido usé ese dedo para hurgarme la nariz. Cuando saqué el dedo de la fosa, al principio no entendí lo que estaba viendo, tan doloroso era, que me quedé mirando con una sonrisa extrañada. Después me alcanzó el horror. Su piel resinosa crispada de excitación, el moco chorreante de un lado y duro en la punta, la absoluta y urgente entrega con que mí amada “Velita” mezclaba su viscosidad con la del moco… era un asco. Así, abotonados como estaban, los envolví en un cuadradito de papel higiénico y los tiré por el inodoro. Mis lágrimas se mezclaron con el remolino de agua que se perdía en las cañerías.