Vimos a los tres hombres de Connors llegar hasta la piedra que asomaba sobre el océano. Hace horas que observábamos sus siluetas crecer desde el nor-noroeste. Cuando estaban a pocos pasos del abismo, uno de ellos miró en nuestra dirección, faltando a la regla fundamental, viéndoles la cara a Natasha y a ernesto, viéndome la cara a mí. Un segundo después saltó. Lo hizo de una manera increíblemente ornamental y en perfecta sincronía con sus dos compañeros. En eso sí cumplieron con el trato: el salto fue exquisito. Abajo, desde ya, los esperaba la muerte, filosa de rocas saladas por las olas.
Connors llegó unas horas después, cuando las llamas amarillas de nuestra fogata ya no dibujaba animales fantásticos y la sombra de nuestras manos casi se correspondía con el movimiento de nuestros dedos. La noche lo ocultó hasta el último momento. Nos preguntó, en un inglés enojado, si la función había sido todo lo que esperábamos, si habíamos disfrutado de la muerte de los tres atletas. Había un enorme desprecio en su voz y un maletín plateado en su mano. El maletín era para llevar su paga por el espectáculo. ernesto llevaba el dinero abultado en su espalda, disfrazado de joroba. Dólares. Cientos de miles.
Natasha dijo lo que los tres habíamos acordado que diría, “Uno de ellos nos miró. No hay trato. Uno de los tres nos miró”.
Connors produjo un cañón del bolsillo de su blazer. “¿Les gusta ver a la gente morir?” Dijo en torpe castellano “¿Les gusta ver ese tipo de cosas?”, nos volvió a preguntar en su inglés furioso. “Ahora van a ver algunos muertos, you sons of bitches. Ahora van a ver a few cadavers”, y elevó el arma hasta apoyarla sobre la frente de Natasha. “¿Dónde está el dinero?”, preguntó, y la palabra “money” hizo ruido de monedas entre sus labios.
ernesto, sonriendo, irreverente, le dio una pista sobre donde encontrar la plata, dijo, “Ese hombre nos miró antes de saltar, ahora jorobate”, y se tocó la joroba que sobresalía por encima de su sombrero.
Connors hizo fuego contra la frente de Natasha. La sangre salpicó sobre ernesto. Después de unos momentos de silencio ernesto tomó el pañuelo blanco que asomaba del bolsillo de su saco gris y se limpió la cara. Por un instante pareció que también iba a limpiar las manchas que habían rociado su traje, pero al final guardó su pañuelo manchado, dejándolo asomar del bolsillo, como una rosa de sangre.
Connors volvió su cañón hacia ernesto, mirándome a mí. “¿La plata?”. Miré a ernesto suplicante. ernesto me guiñó un ojo.
“Nos miró” dije “no hay trato.” ernesto bostezó, como aburrido de la vida, y recibió su bala en la cabeza.
Connors, pisando la espalda inerte de Natasha, avanzó hacia mí y me apoyó el fierro en la cabeza. “Tres…” dijo Connors.
“Dos…” Dijo.
“Uno”.
jueves, setiembre 25, 2008
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