No me cuesta admitir ciertos aciertos en lo que ahora escribo. El primero: aquel acertado título, que anuncia aciertos, pero precedidos de la palabra “ciertos”, vocablo que cuestiona, modestamente, los mismos aciertos a los que alude. La tensión se plantea desde el principio, la sensibilidad y la audacia del autor son rescatadas por el lector y, ciertamente, por el éxito.
Lo segundo que encuentro destacable es como abre el primer párrafo, con una sangría sugerente, ambigua. Es a la vez el silencio que el título exige para ser asimilado y el redoble militar que anuncia la primera oración del texto, que es la mejor que he escrito en mi modesto esfuerzo como escritor. Las palabras, que acaso me justifican, confiesan como al pasar lo siguiente:
“No me cuesta admitir ciertos aciertos en lo que ahora escribo”.
En una sola frase niego a Homero, a Cervantes, a De Quincey, a Hernández... Y ese castillo de naipes, esa vasta biblioteca que imagino con todos los libros posibles:
La segunda oración es conciliadora. Para salvar a la literatura, esgrimo un último recurso: seguir escribiendo. Si la literatura realmente hubiera claudicado, razono, alguna fuerza me impedirá anotar esta segunda oración:
“El primero: aquel acertado título que anuncia aciertos, pero precedidos de la palabra “ciertos”, vocablo que cuestiona, modestamente, los mismos aciertos a los que alude.”
Un afluente vigoroso desborda el lecho en el que la literatura, moribunda, era ya un mero arroyo, poco más que un hilo de humedad atravesando el llano en dirección nornoroeste. El fluir de mi pluma ejemplar riega de sentido el mundo, limpia en su arrastre la confusión que se acumulaba a ambos lados del entendimiento y nutre con sedimentos fértiles de lucidez los brotes de verde inteligencia que luchan por ver la luz en las orillas. Si calificar de “acertado” al título “ciertos aciertos” ya me hubiera merecido la admiración de los catedráticos, yo voy aún más lejos, evidencio, y por ende perpetúo, la tensión que genera semejante encabezado, igualando al lector al mismísimo escritor, mostrándole la trama del hilo con el que tejo la trama de lo que está leyendo.
Cierro el primer párrafo de manera triunfal, cosechando los laureles que, con apenas un rótulo acertado y tres frases incisivas, merezco ya con creces:
“…la sensibilidad y la audacia del autor son rescatadas por el lector y, ciertamente, por el éxito.”
Además de una profunda y reflexiva autocrítica, que me descubre “sensible” y “audaz”, demuestro una gran visión a futuro, al vaticinar, casi con clarividencia, que el lector y el éxito rescatarán estas humildes palabras.