“Cristo redentor”, dijo Elisa, porque la rigurosa tapa de la mermelada empezaba a dibujar marcas rojas en la delicada piel de sus manos. “¿Habráse visto tapa más hija de puta?”, preguntó empuñando el frasco hermético hacia el techo, queriendo, en realidad, señalar la cúpula celeste.
Un chispeo silencioso empezó a brillar en el aire junto a ella. Al principio, Elisa creyó que se trataba de una baja de presión causada por el enorme y vano esfuerzo sobre el sello inviolable, pero pronto empezó a distinguirse, traslucida al principio, la figura inconfundible de nuestro señor Jesús de Nazaret. La barba, las sandalias, el pelo largo, la túnica, todo.
Y dijo Jesús: -Dame el frasco, mujer, pues mis manos podrán lo que las tuyas no han podido- Y así diciendo tomó el frasco en sus manos, y Elisa pudo ver que Jesús asía fuertemente la tapa, y se mordía el labio inferior, pues era mucha la fuerza que requería la hazaña, y en pocos momentos oyose un ruido seco, y la mermelada estaba abierta.