Hay veces en la vida de un médico en los que la biblioteca
se te prende fuego. Aunque ya conozcas exactamente el lugar preciso de cada
parte del cuerpo (fémur, rodilla, cabeza), hay días en los que el cuerpo humano
te sorprende y te confronta con tu propia ignorancia, y ves cuán compleja es la
máquina de la vida y cuán lejos estamos de entenderla. Hoy fue uno de esos
días.
Soria, Enrique
Soria.
Se levantó con bastante dificultad de la silla. Yo ya había visto
que estaba un poco pálido el par de veces que salí a la sala de espera a llamar
a otros pacientes. Una vez que estuvo sentado en la camilla pude examinarlo, y
enseguida empecé a darme cuenta de que su camisa estaba cubierta de sangre. Le
pregunté al respecto.
¿Y esta sangre, Soria?
Como única respuesta, extendió la mano derecha, en la que
sostenía su brazo izquierdo. De pronto noté que había sido separado
violentamente del resto de su cuerpo. Fue muy impresionante. Nada te prepara
para una cosa así. Ningún libro de medicina te dice qué hacer si un tipo pierde
un brazo.
Hmm, la
extremidad superior derecha.
Tomé su brazo cercenado en mis manos y lo miré
largo rato. Improvisé. Con pulso ansioso pero medido, metí el
brazo por la mana ensangrentada de la camisa y lo puse más o menos en el lugar
donde iba. Después lo solté de repente. Pero el brazo, en lugar de sanarse como
yo esperaba, se deslizó por adentro de la manga y rodó por la camilla hasta
caer al suelo.
Claro, la gravedad.