Iris y Abel están sentados ante una mesa en la cual un rompecabezas de quinientas piezas está bien encaminado. Trabajan por separado, cada uno en su sector. Abel deja lentamente de lado una pieza y levanta otra al azar. Aprovecha el cambio para dedicarle a Iris una mirada de resignado desprecio. Pero en seguida el interés le curva las cejas en un gesto inteligente que le estira la arrugada piel de los párpados. En las manos de Iris está la pieza que él busca. Los dos se quedan absolutamente quietos, mirando. Abel espera en silencio a que la apoye en la mesa. Pasa un año, Iris ni siquiera se da cuenta de que Abel la está mirando. Dame esa, Iris, dice Abel. Iris deja pasar unos siglos antes de contestar. ¿Porqué no agarrás de la mesa? Mirá todas las que hay. A lo que Abel enseguida responde, estoy buscando la que tenés en la mano. Viendo que se acerca un período glaciar, y sólo por provocar a su esposo, Iris decide esperar a que llegue y se vaya antes de contestar, siempre pensás que la que yo tengo es la que estás buscando, y nunca es. Abel, ya bastante disgustado al ver que el asunto se dilata, responde, esta vez es, no tengo duda. Iris mira a Abel por sobre sus anteojos y, sin bajar la mirada, calza la pieza en su propio sector. Después hace una pausa larga, de varios segundos tensos, y pregunta, ¿estás seguro, Abel?
lunes, marzo 15, 2010
miércoles, marzo 10, 2010
Rubén pide perdón
María va a la farmacia. La atiende Rubén.
Rubén: Hola, María.
María: Mirá, Rubén, no te pongas pesado.
Rubén: ¿Yo qué dije?
María: Nada, pero te aviso.
Rubén: De ranas como vos tengo la sartén llena, nena. Llena, nena.
María: Ay, sos muy nabo.
Rubén: ¿Viniste a comprar algo, o a perderte en el azul de mis ojos?
María: No te banco nene, ¿podés ser normal?
Rubén: Vos sos anormal.
María: Vine a comprar curitas.
Rubén: ¿Te cortaste?
María: No.
Rubén: ¿Tu vieja?
María: No.
Rubén: ¿Quién?
María: Nadie, ¿Qué te importa, nene?
Rubén: Tu viejo, con un fierro oxidado del Ford.
María: ¡Que estúpido! (toca madera y se santigua). Nadie se cortó.
Rubén: Entonces viniste a verme.
María: Vine a comprar curitas.
Rubén: No, viniste a buscar una curita para tu corazón enamorado. De mí.
María: ¿Me vas a dar las curitas?
Rubén: ¿Cuáles?
María: Cualquiera, la más barata.
Rubén: No, digo, ¿Cuáles, las que se pegan a la piel o las que arreglan corazones enamorados de mí?
María: Ay, sos muy estúpido. Las compro en el quiosco.
Rubén: ¿Porqué no fuiste al quiosco directamente? Tenías ganas de verme, admitilo.
María se da vuelta y…
…avanza hacia la puerta.
Rubén: Pará, Rabietas, llevate las curitas.
María frena y lo mira. La sonrisa de Rubén desaparece apenas ve los ojos de María cargados de lágrimas e inyectados de sangre. Se queda duro y en silencio, asustado.
María (llorando): ¿Por qué sos tan malo? ¿Qué te hice? Decime, nene, ¿Qué te hice? ¿Te pensás que para mí es fácil venir?
Rubén: Pará.
María: Y no vine para verte, tarado, vine para ver cómo estabas.
Rubén, parado delante de un estante con cientos de remedios, no puede hablar. María camina el largo de una góndola de accesorios y sale por la puerta. Después de unos segundos, Rubén salta por encima del mostrador, tirando un exhibidor de anteojos negros al piso, y sale detrás de María. La encuentra sentada en la esquina, llorando.
María: Dejame en paz.
Rubén: No sabía.
María: ¿Qué no sabías?
Rubén: Perdón.
María: Andate.
Rubén: Mari… Yo pensé que me odiabas.
María: Te odio.
Rubén: No, por favor.