Estaba realmente furioso y no
medí mis palabras. Le dije lo que pensaba sobre su asquerosa lasagna. Escupí mi
insulto en voz baja y corrosiva desde atrás de un cigarrillo fresco, como si
nada. La maldad le despeinó los bucles y me miró incrédula unos segundos,
profundamente dolida. Después reaccionó. Levantó el cenicero de vidrio de la
mesa y me lo tiró, pegándome de lleno en la frente. El golpe me hizo inclinar
la cabeza hacia atrás, y el cigarrillo se me escapó de los labios y salió dando
giros por el aire. El cenicero cayó intacto sobre la mesa y un instante después
el cigarrillo cayó adentro, en perfecta posición de cigarrillo que espera ser
fumado, con la brasa en el centro y el filtro posándose delicadamente en la
caladura destinada a tal fin. Lentamente estiré el brazo y lo agarré, le di una
honda pitada y volví a apoyarlo en su lugar. Por fin la miré y le dije con saña:
¿Viste lo que hice?
martes, agosto 07, 2012
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