lunes, agosto 19, 2013

Mandato

Fui criado en una especie de fanatismo cínico y ateo. Papá no creía ni en los relojes. Mamá, hacia el final, no creía ni en el materialismo dialéctico. Crecí con la certeza de que La Verdad existía, pero, como el díos de los piadosos, no se dejaba ver jamás. Y mis padres, injustamente, también me inculcaron el mandato de buscar esa verdad elusiva, de denunciar la mentira, de luchar contra toda falsedad, de poner el grito en el cielo ante la más mínima tergiversación de lo real.

Mi infancia estuvo privada de fantasía y de ficción. Las quimeras que llenaban las horas ociosas de mis compañeros me resultaban tan ajenas como estúpidas. Mi imaginación amputada me vedaba, incluso, la pavorosa compañía de los monstruos. Mis maestros me juzgaban serio y antisocial, pero lo cierto es que en todo contacto humano debe mediar una ilusión, una mentira de la que yo era incapaz.

Ayer, después de enterrar a papá, salí con mi hermana del cementerio y caminamos sin rumbo y en silencio durante unas horas. En nuestro camino cruzamos a una vagabunda que tenía un pedazo de cartón con la palabra “vidente” anotada en lápiz. 

Me sembró una duda.