Luis estaba descontento con la habitación que le había adjudicado el hotel. Las paredes demasiado delgadas dejaban pasar los maullidos constantes de muchísimos gatos. Alguien llamó a la puerta y Luis vadeo la laguna que era el piso para abrirle al botones, que además de su equipaje traia un balde (gentileza del hotel) para que Luis pudiera hacer algo con toda esa agua. Después de darle la propina al botones, Luis sugirió delicadamente que tal vez se lo podría cambiar de cuarto. El botones lo miró fijo un rato y moviendo la cabeza dejó caer el billete de veinte al piso. Después lo pisó con la punta del zapato, como si fuera un cigarrillo, y se fue murmurando improperios mientras Luis en el umbral de la puerta, pedía torpes disculpas.
Después unas horas de tirar baldes de agua en la bañadera, y sin que trascendiera una disminución significativa del nivel del agua, Luis desistió y se puso a armar barquitos de papel que pronto cubrían toda la superficie. Pero semejante tarea, sumadas a las horas de baldeo, le produjo un hambre desmedida y decidió pedir un sanguiche de atún al servicio de habitación. Lo atendió una chica muy simpática y efusiva, que sin mayores problemas y con enorme diligencia, anotó en un papel el sanguiche de atún y el refresco de limón. Pero cuando le preguntó a que cuarto debían llevar el pedido y Luis contestó “el veintidós”, las cosas tomaron un giro nefasto.
La mujer le habló, enardecida por la furia, del inconsolable botones. Un hombre que se desvive por la comodidad de los huéspedes, que día a día se esfuerza por dejar el alma en su trabajo sin otra recompensa que la sonrisa de un niño. El tipo de hombre que solo y por iniciativa propia le lleva un balde a Ud, señor, sin que tenga que siquiera pedirlo. Hoy se ha cometido un crimen, y la victima es la decencia y el respeto, hoy un hombre bueno ha muerto un poco, y sólo Ud tiene la culpa. Clic.
Luis, lleno de vergüenza, empezó a empacar los barquitos para irse inmediatamente del hotel, pero al hacerse un a imagen mental de las caras de repudio y asco que le dirigirían en el lobby, se detuvo y cerró los ojos muy fuerte, torturándose con culpa y pensando una solución.
La encontró. Esperaría hasta el día siguiente sin afeitarse y se cambiaría las medias para que nadie pudiera reconocerlo, y así pasaría por enfrente de ellos, justo delante de sus narices, sin ser notado. El plan, sin embargo, requería cierta preparación, y Luis se metió tanto en su labor que perdió la noción del tiempo. Cuando terminó de cambiarse las medias, ya era el día siguiente, y ya estaba listo para escapar.
Dejó el doble del dinero que debía sobre la cama y, después de vaciar unos baldes más en la bañadera, salió del cuarto. No se cruzó con nadie en el pasillo, tampoco en el ascensor. Pero al llegar al living, vio a todo el personal del hotel reunido alrededor del botones, algunos abanicándolo, otros trayéndole vasos de agua o apoyándole manos de condolencia en el hombro. Cuando se abrió la puerta del ascensor, todos miraron y lo vieron, y a Luis se le congelo el cuerpo y empezó a sangrarle la oreja.
Hubo algunos que no se vieron del todo despistados por la barba de un día y lo miraban con sospecha. Incluso un mozo se inclinó para decirle algo a un cocinero mientras apuntaba en dirección al ascensor. Luis enseguida levantó un poco su pantalón para que pudieran ver sus medias. Al verlas, el cocinero y el mozo lo tomaron por otro huésped y perdieron interés en el para volver su atención al botones injuriado.
Luis avanzó rígido por el piso alfombrado que se tragaba todos los ruidos. Cuando ya estaba a mitad camino, lo alcanzó la esperanza y creyó que lo lograría. Caminando con más naturalidad incluso logró sonreírle a un viejito que trabajaba detrás del mostrador. Y cada paso lo acercaba más a la puerta giratoria y a la libertad.
Pero de pronto algo pasó. Algo en él. Se detuvo y apoyó sus valijas en el suelo. Con paso resuelto se abrió camino entre la multitud que rodeaba al botones y lo enfrentó mirándolo a los ojos. Le habló de cuan filosas pueden ser las palabras cuando se las dice sin cuidado, de lo intransferible de las emociones más reales, de los cimientos del amor y la comunicación y de los defectos de ambos. Le hablo de la música y del tiempo, y cuando terminó de hablar al botones le temblaba el labio inferior. Después se sellaron en un abarazo entre los aplausos y la algarabía.
viernes, enero 20, 2006
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6 comentarios:
un tipazo Luis, escuchame.
De a uno irán cayendo todos...
Un paso atrás, ni para tomar envión.
papaf
me gusta tu estilo
tocarás en mi marimba
(si averiguas que es una marimba sabráss quien soy)
muy bueno, mat
quielo
che....mat. llamame. me traigo algo entremanos y necesito que me des el oki antes de que te vayas asi cuando volves ya tengo todo armado. y te podes llevar tarea. ja! llamame ya
masmat
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