Natasha, encaramada en la ventana del baño, extiende los brazos hacia los aviones. Cuando vuelve a entrar, tiene los dedos raspados por las turbinas y los oídos tapados. Pero su ánimo está renovado y su memoria llena de África, Asia y Uruguay. Y entonces nos cuenta, y ernesto sonríe en los momentos más extraños, y yo me apoyo un poco contra la pared para que no se note que me tiemblan las rodillas.
Nos cuenta que el vidrio no es un mineral, que hay lugares en los que lo hacen con grandes hornos y varas de metal, y nos reímos los tres juntos porque el mundo nos resulta enorme y desconocido. Nos cuenta que existen fósforos que se prenden frotándolos contra cualquier superficie, y nosotros miramos nuestra caja de tres patitos y querremos poder prescindir de la raspadita. Nos dice que el castellano es sólo una de las muchas maneras que existen para comunicarse con sonidos, y los tres practicamos por si algún día llegan visitas del exterior.
Pero cada vez que Natasha vuelve, deja algo olvidado en algún recóndito lugar. Y a pesar de que sus historias son lo único que nos mantiene vivos, ernesto y yo buscamos que deje de viajar. Lo decidimos una vez que volvió sin nariz y llena de historias. Escuchamos las historias y admiramos su sacrificio, pero le pedimos que nunca más se fuera. No nos hizo caso.
sábado, mayo 06, 2006
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1 comentario:
cuando perdes la nariz tenes que respirar por la boca y es malo para la garganta. pobre.
yo tambien quiero de los fosforos que aceptan cualquier método incandescente.
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