domingo, abril 29, 2007

Cocina afrodisiaca (Otra conversación sensiblera)

Matías: Te advierto para que después no te quejes: en quince segundos te voy a tocar el culo. Y no va a ser una caricia cotidiana, de esas a las que te tengo acostumbrada, te voy a agarrar un cachete con fuerza y te va a doler un poquito incluso.
Clara: Tengo un cuchillo.
Matías: ¿Pero estás dispuesta a usarlo?
Clara: Pffff, ¿Ante semejante amenaza? Sabés que tengo la cola sensible. Te aseguro que si te atreves, voy a encontrar vaina para mi facón.
Matías: ¿Me clavarías un cuchillo sucio? ¿Me harías eso a mí?
Clara: Yo lo único que digo es que voy a seguir cortando esta cebolla como si no hubieras dicho nada, voy a hacer caso omiso a tu estúpida advertencia, pero si me llegás a hacer doler, te clavo.
Matías: Cinco, cuatro, tres…
Clara: No te atrevas…
Matías: Uno, cero.
Clara: No me dolió.
Matías: Mentirosa. Te sarandié todo el orto
Clara: Tocas culos como una nena.
Matías: Te la estás buscando.
Clara: ¿Porqué no te hace útil y cortás un tomate?
Matías: Hay una sola tabla
Clara: Cortá sobre la mesada.
Matías: ¿Y quien se va a ocupar de tocarte la cola?
Clara: Bueno. Pero más suave que me dolió un poco.
Matías: ¡Ah! Pisaste tu propio palito. Te había dolido.
Clara: ¡Rascame la espalda!
Matías: ¿Acá?
Clara: Más arriba… ¡ahí! Con las uñas. Ahora el otro lado.
Matías: ¡Epa! ¿Toda esa cebolla le vas a poner?
Clara: Me zarpé ¿No?
Matías: Si, es mucha cebolla.
Clara: Bueno, cortáte varios tomates y queda para mañana.
Matías: ¿Y si no hay mañana? ¿Y si este día es el último?
Clara: Va a haber
Matías: ¿Cómo sabés?
Clara: Por inducción. Ayer hubo.
Matías: ¿Y te vas a basar en ese hecho aislado?
Clara: Cortá más finito, esos pedazos son más grandes que el tomate. Y confiá en mi, no sólo va a haber un mañana sino que va a haber una ensalada de tomate y cebolla en ese mañana.
Matías: No llores, cosita. Era un chiste, va a haber un mañana. No te preocupes, acá estoy yo para cuidarte, princesa.
Clara: Es la cebolla, princi-puto
Matías: Vos lo pediste
Clara: ¡Ay, imbécil!
Matías: Bajá el cuchillo
Clara: Yo te avisé. Ahora tengo que matarte.
Matías: Dale, me vas a cortar en serio, recién me lo pasaste al lado del ojo.
Clara: ¡Mirá! me dejaste todo el culo rojo, estúpido.
Matías: Te pasa por cocinar en pelotas. No me pude resistir.
Clara: Es mi casa, yo cocino como quiero. Vos sos el que está en falta, todo de corbata y con olor a oficina.
Matías se desviste. Una cosa lleva a la otra.

jueves, abril 26, 2007

Yippee-ki-yay

Matías: ¿Sabés que me gusta?
Clara: ¿Qué?
Matías: Las ventanas en el cine.
Clara: No hay ventanas en el cine.
Matías: Las ventanas en las películas. Cuando veo una ventana en la pantalla.
Clara: ¿Por qué?
Matías: Porque entro al cine y pago mi entrada ¿No?
Clara: Si.
Matías: Y me dan un papelito que es un contrato implícito. Estoy pagando para que me mientan. Estoy yendo a sentarme durante un rato a ver una mentira interesante.
Clara: Interesante si tenés suerte.
Matías: Claro, pero nadie filma algo si no le interesa, asi que, en terminos generales, pago para ver un mentira interesante.
Clara: Al menos que te colés, ahí no estarías pagando.
Matías: ¿Clara?
Clara: ¿Que?
Matías: ¿Me dejás terminar de decir lo de las ventanas?
Clara: Si.
Matías: Pago para creerme lo que pasa en la pantalla: Un rectángulo recortado en una pared, en el que me muestran un pedazo de mundo. Y aunque no esté pensando en eso durante la película, sino en la trama o en el maquillaje o en el vestuario o en la actuación; en la parte de atrás de mi cerebro, siempre está ese contrato presente. Y, de repente, aparece una ventana. Y me pregunto: ¿Qué es una ventana? Y me respondo: Es un rectángulo recortado en una pared que me muestra un pedazo de mundo.
Clara: ¡Oh!
Matías: Claro que ¡Oh!
Clara: La puesta en abismo.
Matias: La serpiente que se come su cola.
Clara: Escher.
Matías: El telescopio.
Clara: ¿Qué telescopio?
Matías: Esos que usaban los corasios, que era un cilindro del que salía uno más chiquito y de ese salía uno más chiquito etcétera.
Clara: Ah, el de los piratas.
Matías: Eso.
Clara: A mi me gusta cuando el cine habla del cine. Es parecido.
Matías: Si, a mi también me gusta. Pero es distinto, es explicito, cuando ves una cámara de cine en la pantalla, tenés que hacerte cargo, tenés que faltar a tu contrato. La ventana es sutil, te lo plantea ambiguamente.
Clara: Que incomodo.
Matías: ¿Qué cosa?
Clara: Tu codo, me lo estás clavando en la espalda.
Matías: Uy, perdón. Lo que digo es que cuando miras ocho y medio, estas todo el tiempo sentado en la butaca. En cambio, cuando miras duro de matar, estás ahí, con John McClane, matando terroristas.
Clara: Que buena Duro de matar, me la re vería ahora.
Matías: ¿La alquilamos?
Clara: Ya cerró el video.
Matías: Ni en pedo, son las nueve.
Clara: ¿Recién? !Alquilemos las tres juntas!
Matías: No. Alquilemos la uno y otra distinta.
Clara: ¿Cuál?
Matias: No se.
Clara: ¿Ocho y medio?
Matías: Dale.

viernes, abril 13, 2007

Agua

Yang Mao Tai era considerado un vago por todas las personas del pueblo. Pero la verdad es que era un trabajador incansable, lo cual hubiera sido evidente para cualquiera que lo viera trabajar. Se había ganado aquella fama porque, en vez de bajar al río con los demás a rezar para que no hubiera sequía, lo hacia frente a un balde de agua. Un día, su hija, Yang Ken nuan, le recriminó esta actitud, diciéndole que por su culpa ella tenía que sufrir las burlas de los vecinos. Yang Mao Tai le limpió delicadamente una de las lágrimas mientras sonreía extasiado. Con muchísimo cuidado, apoyó la lágrima sobre una hoja de bambú, y, sin dejar de sonreír un instante, llevó a cabo los rezos tradicionales.

Nos quedamos solos

Se murió Kurt Vonnegut, enormisimo cronopio, dejando un vacio más grande que el mundo.
"When you are dead, you are dead" K.V.

sábado, abril 07, 2007

Cuento contado

Yo conozco 1 que cada 2 por 3 va en la 4 por 4 a la quinta.

miércoles, abril 04, 2007

Incompatibilidad de caracteres

Vayamos al pasaje que está cerca de la plaza, Genaro. Seguramente se encuentren ahí los borrachos y podremos reírnos un poco de ellos. Nos subiremos a algún árbol y les tiraremos los frutos en la cabeza. Intentaremos que no nos vean, de esa manera pensarán que el agresor está entre ellos, y tal vez podamos verlos pelear. Tú, Genaro, estarás de un lado, yo del otro. Ya puedo verlos, sentados en las escaleras al lado del hotel América, pasándose una bota de vino. Los dos robustos árboles a cada lado presentan un follaje abundante en esta época, ideal para nuestro fin. Me pregunto si podremos alcanzarlos sin ser vistos.

Laura, que idea grandiosa. Pero olvidas que estamos en un sótano sin ventanas y sin luz. Tenemos gruesas cintas de cuero inmovilizándonos, atándonos irremediablemente a está fría pared de cemento. Olvidas que hace meses que lo único que comemos es la sopa hirviendo que nos tiran dos veces al día por una escotilla en el techo. Y que nos han arrancado la piel de los pies para que no podamos caminar.

Nos quedaremos. Desarmaremos aquel escritorio que vino por partes en una caja. Entonces haremos una pira y arrojaremos también la caja y unos libros. Miraremos largo rato el mueble ardiendo, Genaro. Tú tirarás los fósforos y por unos segundos podremos distinguir la llama pequeña pero furiosa de los fósforos entre las enormes algas amarillas que producirá la madera encendida.

Ya quisiera, Laura, pero mira aquellas escultura de huesos que asoman del camposanto. Esos son nuestros cuerpos, lo que queda de ellos. Una víbora tiene su nido en tu calavera hueca, que el sol ha blanqueado y astillado en mil partes. Nuestras costillas se han entrecruzado por obra de algún animal o un viento fuerte, y somos como una cadena de sólo dos eslabones. Mira los buitres, que satisfechos se los ve. Sus pérfidos picos parecen sonreír mientras chorrean eternamente nuestra sangre.

Entonces acércame aquel mazo de cartas. Escribiremos sobre ellas las capitales del mundo. Tu, Genaro, sacarás una al azar, e iremos donde nos diga. Si hace frió tejeremos incansablemente, coseremos las sabanas entre si para armar una carpa enorme, reforzaremos nuestras medias con retazos de pañuelos viejos. Si hace calor construiremos un canal que nos traiga el agua del lago, tomaremos cerveza con hielo, apoyaremos piedras mojadas en nuestras muñecas.

Laura, no comprendes. Tú y yo no somos. O si algo somos, es lo opuesto de las migas de pan, de los edificios, de la música, de los bastones y de todas las cosas que son algo. No podemos ni siguiera desplazar una partícula de aire o decir estas palabras. No podemos oler el tabaco que fumamos sin cesar ni tampoco elegir entre dos o más opciones. Tú no eres, Laura, y yo soy lo mismo.

Vayamos al puerto. Llevaremos tu viejo remo y buscaremos quien lo arregle. Tu, Genaro, me guiarás por una calle sin salida, hasta un pequeño negocio que se cae a pedazos. Un viejo diminuto inspeccionará el remo a través de gruesos anteojos y nos dirá que no tiene arreglo. Entonces yo le preguntaré si tiene remos para vendernos, y el abrirá un armario viejísimo lleno de remos en diferentes estados de rotura o descomposición. Elegiremos el que nos parezca más sano y saldremos de ahí en dirección al agua.

Sueñas, Laura. Este puro presente es anterior al tiempo. Y porque el tiempo aún no existe, lo esperaremos para siempre sin que ni los segundos ni los días no acerquen a los minutos y los años. Antes, después, mañana y ayer, son exactamente ahora: una única fracción de un instante que no existe como tal, sino que es la ausencia de otra cosa. Una cosa con agujas y con números. Un efecto secundario del espacio.

lunes, abril 02, 2007

Roger en apuros

Un establo con un escritorio y un archivador beige a la izquierda. Sentado sobre el escritorio está Roger. Daisy está parada frente a el.

Roger: Qué se yo qué sentí, Daisy. Soy de los que en el momento no sienten más que una molestia y después se enferman durante un par de semanas. Siempre fui así. Somatizo.
Daisy: Bueno. Describila entonces. Físicamente.
Roger: Tampoco dice mucho. Es una celda, como en las películas. Tres por tres, una cama, una mesa. … Una ventana demasiado alta.
Daisy: Contame vos.
Roger: No... No es que no quiera hablar del tema, pero vas a tener que luchar contra mi resistencia. Sacarme a cuentagotas lo no quiero escucharme decir en voz alta.
Daisy: Bueno. Dejame pensar.

Silencio

Daisy: Tengo una buena. ¿Sentiste su presencia de alguna manera? ¿Viste su fantasma? ¿Escuchaste alguna voz de ultratumba?
Roger: Ufff.
Daisy: ¿Di en el blanco?
Roger: Si.
Daisy: Tranquilo.

Silencio

Roger: Justo abajo de la ventana. Un poema borroso escrito con su letra, que es tan parecida a la mía que da miedo.
Daisy: ¿Que decia?
Roger: Tomá.

Roger saca un papel doblado en cuatro de su bolsillo y se lo ofrece a Daisy. Escuchamos la voz de Daisy leyendo el poema, pero son sus pensamientos. Ella lee en silencio y sin mover los labios.

Daisy:

Los codos fijos, tablas que se agudan
Una única mirada para los dos ojos
El abdomen: un calambre de plástico
Dientes sin anestesia
Los dedos son diez uñas de carne
Las arterias infestadas de hongos
Lengua de esponja y sal
Pulmones de poker
Una espiral en la frente, adentro
Huesos que son huesos de los huesos
Un solo pelo, que tiene raíz en las dos puntas
La saliva de los otros
Cuernos por omoplatos: el aborto de las alas
Piel que es la braza de una aguja
Orejas que hablan otro idioma
Un ombligo desplazado
La nariz apuntando, claro está, al nornoroeste

Silencio

Roger: En esa prisión estaba el. Si en vez de la cárcel hubieran sido las islas canarias, hubiese escrito el mismo poema en la arena.
Daisy: Contame. Por favor. Contame que hizo. Y te juro que esta es la última vez que te pido. Y si elegís no contarme esta vez, nunca más voy a preguntar.
Roger: Preguntame en unos años.
Daisy: Ahora.
Roger: Nunca.

Silencio largo

Daisy: Me dejó toda su plata.

Silencio Largo
Daisy: Te quiero regalar una moto.
Roger: ¿Toda su plata?
Daisy: Toda.
Roger: ¿Una moto?
Daisy: Te podés ir lejos. Alejarte de esta granja llena de fantasmas. No, es peor, no está llena de fantasmas, está llena de un solo fantasma enorme. Debiéramos cambiarle el nombre. “La granja para no rehabilitarse de la perdición y muerte del Sr. Robinson” ¿Qué tal ese nombre? ¿Mejor que Robin & son?
Roger: ¿Sos multimillonaria?
Daisy: Es ridiculo. Uso un fangote de billetes de mil dolares para nivelar el banquito de la cocina.
Roger: ¿Por qué te lo dejó a vos?
Daisy: Pensaba que a vos te iba a hacer mal. Yo estoy de acuerdo.
Roger: Hmm.
Daisy: Vamos a las islas canarias. Compramos dos casas en un mismo barrio y nos cruzamos a pedirnos tacitas de azúcar.
Roger: Pasame el poema que no lo quiero perder.
Daisy: Perdamoslo. O por lo menos no hagamos copias.
Roger: ¿Estas loca? ¿Qué va a hacer, olvidarte de el?
Daisy: No. Voy a elegir con que parte de su vida quedarme. ¿Qué? ¿No poder nunca más sonreír cuando pienso en el? ¿Siempre cargar con su estigma en vez de con la magia cotidiana que era solamente hablarle? ¿Vas a quedarte con ese desangrarse por el filo de su propia sangre? Yo lo voy a ver siempre con un segundo champagne en la mano, ese momento en el que salía lo mejor. Cuando contaba historias en la que vos habías estado, pero contaba detalles increibles que no habías visto, o agregaba pensamientos que convertían anécdotas neutras en aventuras extraordinarias. No se que tenés. No se porqué viajas tres mil kilómetros para ver una celda de mierda. No se si es que te gusta regodearte en esa mierda de mierda.
Roger: Preguntame de nuevo.
Daisy: ¿Qué?
Roger: Preguntame qué hizo para que lo metieran preso.
Daisy: ¿Que hizo?
Roger: Nada. Fui yo.
Daisy: ¿Qué?
Roger: La tarde que se lo llevaron. Cuando se escaparon tus gallinas. Maté a una con una horquilla.

Mientras roger habla, Daisy se aleja lentamente de el, cubriendose la boca con las manos.

Roger: No se que me pasó. Sentí el peso y sentí que era el tridente del diablo. Me lo acuerdo nublado, como si lo hubiera soñado. Lo tiré y lo próximo que me acuerdo es que el Sr. Robinson metía el cadáver en una caja. Cuando llegó la policía yo temblaba en el suelo de la cocina mientras el hacía una falsa confesión.
Daisy: Roger, ¿Porqué?
Roger: No se.
Daisy: Mataste al Sr. Robinson.

Silencio

Daisy: Roger.
Roger: No se.

Silencio largo. Daisy se acerca muy despacio a Roger. Roger tiene la cabeza entre los hombros. Daisy lo abraza. Sus manos en la espalda de Roger son dos puños cerrados. Lo abraza un largo tiempo. Empieza a dales suaves golpes. De a poco, los golpes se tornan cada vez más fuertes. Roger los resiste sin quejarse ni moverse. Daisy lo golpea con toda su fuerza mientras lucha por zafarse de su abrazo.