viernes, noviembre 30, 2012

Extraordinarias extremidades extranumerarias


Tocó a mi puerta un peatón, pero no le abrí enseguida, primero lo espié por la ranura de las cartas con disimulo. El peatón se dio cuenta, y mirándome a los ojos dijo “Hola, soy Gaspar, me mudé acá al lado y pensé que tal vez podíamos ser amigos. Te traje un postrecito Sancor.” De la vergüenza que me daba que me hubiera agarrado espiándolo, cerré el obturador de cartas con ruidosa torpeza. Temí que lo tomara como un agravio y dije “Uy, qué portazo”, y la situación recuperó así su anterior balance. 
Aunque en realidad yo seguía sospechando de él, después de todo ya se había hecho pasar por un peatón cuando en realidad era un vecino. De cualquier forma lo hice pasar, y mis sospechas enseguida se disiparon cuando reconocí el logotipo de Sancor. Era cierto, me había traído un postrecito.  
Manchita empezó a morderle los tobillos izquierdos juguetonamente. Manchita es mi tío político, que vive con nosotros desde que mi tía (que también trabaja en la gobernación) lo echó de la casa por comerse sus pantuflas. Gaspar lo encontró amoroso, y le dio unos cigarrillos que mi tío fumó con fruición acostado entre dos de los pies de mi nuevo amigo.
 La conversación fue del todo banal, pero a medida que pasaban los minutos fui intuyendo la verdadera trama de esa visita inesperada. Comprendí que estaba en peligro, y que cada segundo que durara nuestra entrevista el riesgo de muerte era mayor. En un momento se llevó una mano al bolsillo del saco y supe que era mi fin. Pero qué tonto fui al volver a dudar de Gaspar, porque del bolsillo no extrajo un arma, sino otro postrecito Sancor, que me entregó amablemente. Traje tres cucharas y lo compartimos. A Gaspar le parecía adorable ver como mi tío comía el postrecito con la cuchara. Le sacó una foto con su celular.

martes, agosto 07, 2012

La hazaña


Estaba realmente furioso y no medí mis palabras. Le dije lo que pensaba sobre su asquerosa lasagna. Escupí mi insulto en voz baja y corrosiva desde atrás de un cigarrillo fresco, como si nada. La maldad le despeinó los bucles y me miró incrédula unos segundos, profundamente dolida. Después reaccionó. Levantó el cenicero de vidrio de la mesa y me lo tiró, pegándome de lleno en la frente. El golpe me hizo inclinar la cabeza hacia atrás, y el cigarrillo se me escapó de los labios y salió dando giros por el aire. El cenicero cayó intacto sobre la mesa y un instante después el cigarrillo cayó adentro, en perfecta posición de cigarrillo que espera ser fumado, con la brasa en el centro y el filtro posándose delicadamente en la caladura destinada a tal fin. Lentamente estiré el brazo y lo agarré, le di una honda pitada y volví a apoyarlo en su lugar. Por fin la miré y le dije con saña: ¿Viste lo que hice? 

viernes, junio 29, 2012

Generación K


Hoy me llegó un mensaje de texto que decía: "Hola Ana soy Mateo d anoche en club6 jajaa me pareciste una mina copada y te kiero volver a ver ja". El mensaje me pegó, me dolió fuerte y dulce. A veces la vida te sonríe con una mueca siniestra, pero esa mueca no deja de ser una sonrisa. A través del dolor, o tal vez movido por el dolor, encontré una certeza que me envolvió en una cálida paz. Contesté el mensaje: "Mateo. Tres cosas voy a decirte. La primera es que kiero k atesores eso k sentís, tu capacidad para sentirlo, tu talento, esa fragilidad k te da poder, esa capacidad para buscar un espejo imperfecto donde mirarte sin pudor, esa inocencia sabia. Segundo, yo no soy Ana. Me llamo Mateo, como vos. Te dio mal el número. Seríamos muy inocentes al suponer k fue un error de su parte. No, Mateo, lo hizo adrede, para no atenderte. Tercero (y acá kiero que prestes mucha atención, porque lo k voy a decirte es importante) estate seguro de k la vamos a encontrar. No voy a descansar hasta k vos y Ana estén juntos.” Terminé de escribir el mensaje con los ojos cargados de lágrimas. Lo envié, como quién se desangra. Club 6, pensé, club 6. Todavía envuelto en un aura agridulce, me puse el sobretodo y salí para el cyber, a investigar.

jueves, junio 21, 2012

El Oasis del Acertijo


“Cuéntanos de tus aventuras padre”, solían pedirle sus hijos a Carlos El Aventurero. Y en esas ocasiones, Carlos se sentaba frente al fuego, levantaba con una mano a cada uno de sus hijos y los sentaba sobre sus rodillas. Después, en un tono muy grave, contaba historias asombrosas de sus viajes y batallas.
“Llegará un día en que ustedes también serán valerosos guerreros y dominarán la espada como su padre, y hay una lección que no quiero que olviden jamás. En la batalla y en la vida el ingenio y la astucia son igual de importantes que la fuerza física. Así como la espada debe ser pesada y dura para golpear más fuerte, también debe ser filosa para cortar la carne y los huesos. El filo de un guerrero es su agudeza mental e inteligencia. Yo mismo, más de una vez, tuve que usar la inteligencia.
“Una vez llegué, exhausto después de semanas en el desierto, a un oasis cercado por una muralla. Fui rodeando la pared hasta dar con dos guardias armados, cada uno protegiendo una entrada. Les pedí que me abrieran la puerta.
Lea el cartel señor, me dijo uno de los guardias. En efecto había un cartel entre las dos puerta y procedí a leerlo. Decía “Una de estas puertas da al Oasis del Acertijo, la otra a una muerte segura. Los guardias contestarán cualquier pregunta que tenga. Uno de los dos guardias dice siempre la verdad, el otro siempre miente.”
Y  ahí puse en acción el ingenio. Primero les pregunté a ambos guardias si eran el guardia que siempre decía la verdad y los dos me dijeron que sí. Obviamente uno estaba mintiendo. Les pregunté si la puerta de la derecha daba al oasis, pero no sirvió, porque cada uno me dijo algo distinto. Entonces di con la respuesta. Hice un movimiento astuto e inteligente y golpeé la cabeza de uno de los guardias contra el cartel, haciéndola explotar. Le saqué su lanza con astucia y se la clavé al otro guardia en la garganta.”
“¿Y cómo hiciste para entrar al oasis, padre?” preguntó uno de los pequeños hijos de Carlos El Aventurero.
“Exactamente lo qué pensé yo apenas terminé de usar el pensamiento para matar a los guardias: ahora cómo sé cuál de las puertas da al oasis. Y arriesgué con inteligencia, porque acerté y no morí.
“De culo”.