sábado, octubre 10, 2009
viernes, octubre 09, 2009
miércoles, octubre 07, 2009
Post nostálgico
Ayer, en retroads.com, encontré una joya de la publicidad, un clásico olvidado, de cuando mis bisabuelos eran chicos. Para los que no quieren seguir el link, les cuento: Es un aviso que muestra a una familia dando vuelta la casa buscando las llaves del auto. Al final la madre dice “Ya no llegamos al cine”, y cortan a un actor (Alex Ventura antes de hacerse famoso) vestido de científico, explicando el funcionamiento del Find-it®. Sosteniendo el aparato en la mano, nos cuenta que mediante una lluvia de fotones retroactivos, el find-it guarda en su memoria la disposición aproximada de las moléculas de cualquier objeto, y luego es capaz de encontrarlo aunque éste cambie de lugar, y muestran un gráfico totalmente surrealista, con fotones que tienen bracitos y piernas. Después, parece mentira, Alex agarra un control remoto, lo sondea, lo esconde, y le pasa el find-it a otra científica, que ¡encuentra el control remoto en apenas unos segundos! Así que ya ven, el primero en comercializar el fotoidentificador lo vendió como poco más que un llavero con GPS.
viernes, setiembre 11, 2009
Autoayuda
Dos locos idénticos en un cuarto acolchonado. Los dos tienen chalecos de fuerza. Uno de ellos (Paciente) está acostado en el suelo, el otro (Doctor) está sentado cruzado de piernas sobre muchos almohadones. El Doctor tiene los anteojos de Freud, un lápiz en la boca y una libreta sobre las piernas, y toma notas inclinándose hacia adelante.
jueves, setiembre 03, 2009
Lápiz Finlandés
Querido profesor Arriaga,
Espero que esta carta lo encuentre bien, profesor, y me alegra saber que su pelea con el decano aún lo mantiene entretenido.
Un abrazo congelado desde el polo,
Agustín
lunes, agosto 10, 2009
domingo, julio 26, 2009
miércoles, julio 15, 2009
Tarde Tarde
Aquiles advirtió el fenómeno antes que nosotros, y empezó a ladrarle al cielo, que estaba naranja y panorámico, atardeciendo hacía más de seis horas. Las nubes estáticas tenían una nitidez que impedía encontrarles alguna forma que no fuera la de una nube perfecta y quieta. Nuestro pino se movía con el viento, pero los árboles de las otras casas no. Después vimos que Aquiles no le ladraba al cielo, sino a una paloma congelada a diez metros del suelo, en un jardín vecino.
Tratamos de mostrarnos un poco sorprendidos, pero era un esfuerzo demasiado inconducente. Hasta Aquiles se aburrió pronto de la paloma y vino a acostarse a nuestros pies. Tal vez por no renunciar a nuestra conversación anterior, hablamos del suceso a través de una metáfora nacida del ajedrez. Imaginamos dos ejércitos medievales inmóviles en el campo, con gritos de guerra mudos, fijos en sus caras sucias de sangre y barro. Y en ese absoluto silencio de violencia interrumpida, imaginamos a dos jinetes y un perro que se movían por la batalla como por un bosque, y avanzaban sin ser vistos hacia las torres y el castillo.
Con la misma imprudencia con que abandonamos el partido, lo retomamos. Empezamos discutiendo la situación del tablero, pero después pasamos largo rato en silencio, pensando. Me puse la bufanda y moví el alfil. Cuando volvió a ser mi turno decidimos entrar, ya estaba oscureciendo y casi no podíamos distinguir las piezas entre sí.
martes, julio 14, 2009
La viuda del profesor Araya
Facundo toma a Dolores por las muñecas y la obliga a descubrirse la cara. La besa en los ojos húmedos, lame una lágrima de la punta de su nariz y le habla muy cerca de los labios con un tono suave.
Facundo: Yo sabía que esto iba a pasar. No sabía bien cómo, y admiro tu creatividad, pero estaba seguro de que algo ibas a inventar. Por eso te amo, por tu ambición. Mirá, tengo la piel de gallina. Pero no por el fantasma, por vos. Vos me das miedo.
Dolores: (entre sollozos, mirando asustada al fantasma) Está ahí… está ahí…
Facundo se da vuelta y mira el rincón.
Facundo: ¿Y qué está haciendo?
Dolores: Abre… Abre la boca y le salen peces… que nadan alrededor de su cuerpo… en el aire.
Facundo (la sacude de los hombros): ¡Basta, Dolores! ¡Basta carajo!
Se levanta y mira de reojo el rincón.
Facundo: ¿Por qué no me contás el resto del plan así vamos más rápido? ¿Yo salgo corriendo por la puerta gritando “fantasma, fantasma” y vos te quedás con toda la guita? ¿Es así? (se tranquiliza) Bueno, yo tengo uno mejor. Vos subís a ponerte el disfraz de viuda lastimera, vamos a la iglesia a despedir al pobre profesor y después paramos en un McDonald´s camino a Cancún. Nos casamos y enseguida te empiezo a hacer pibes a lo loco. (Le acaricia el pelo en silencio) ¿Qué vas a hacer con toda esa plata vos solita?
Dolores: Sí. Vamos. Vayamos ya. Sin nada. Nosotros solos. No necesitamos nada de ese viejo asqueroso. Que se pudra con lo peces.
Dolores se levanta y va hacia la puerta, pero Facundo la agarra de la muñeca.
Facundo: Decime la combinación y andá a cambiarte.
Dolores responde que sí con la cabeza e intenta sonreir, pero de pronto se da vuelta asustada y empieza a retroceder de espaldas.
Dolores: No. No. ¡No!
Facundo: ¿Qué pasa?
Dolores: Salí, correte. Me está mirando. Viene. (Grita y se desmaya)
Facundo: ¡Dolores!
Facundo se tira al piso y avanza hasta Dolores mirando para todos lados. Dolores se sacude con un espasmo de poseída. La mesita da una vuelta en el aire sin que nadie la toque. Dolores empieza a escupir sangre.
Facundo: ¡Dolores!
Facundo se levanta para salir corriendo pero se tropieza con algo y cae. Se vuelve a levantar y está a punto de salir corriendo, pero se detiene. Avanza hasta la mesa y se queda parado un rato en silencio.
Facundo: Dolores.
Silencio.
Facundo: Dolores.
Espera unos segundos y después se agacha y tira de un hilo de tanza que está atado a una de las patas de la mesa. La pierna de Dolores se sacude.
Facundo: ¿Tanza, mi amor? ¿En serio?
Dolores se levanta de mal humor y se limpia la sangre de la cara. Va hasta la caja fuerte, se sienta en el piso y hace girar la ruedita. Facundo se para atrás de ella. Dolores abre la caja fuerte y los dos sonríen.
Dolores: Un solo pibe me podés hacer.
Facundo: Tres.
Dolores: Uno.
Empiezan a meter los billetes en un bolso.
Facundo: Se va a aburrir.
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miércoles, junio 24, 2009
miércoles, junio 17, 2009
martes, junio 16, 2009
viernes, junio 12, 2009
lunes, mayo 25, 2009
Al final era todo un sueño
Caigo sobre una montañita de arena que se infla y desinfla regularmente, como si respirara. Empiezo a caminar sin rumbo entre miles de montañitas idénticas. Alguien, un insecto diminuto, está caminando sin rumo entre los miles de pequeños granos de mi cara, que se inflan y desinflan dependiendo de la marea del pus subcutáneo. Distraído con el diminuto espejo, tropiezo y caigo.
Después caigo al revés y me gusta, porque ya no estoy de cara en el piso, sino parado. Comparto el entremés que venía escondiendo y me siento un poco mordido con cada bocado que le dan, como si yo mismo fuera la mitad de enero. Me pican las manos y me rasco las dos al mismo tiempo, una con la otra. Pero después intuyo que las manos me picarían aunque yo no estubiera ahí para sentirlo, y me cruzó de brazos. Tentado por el aroma, me acerco a una estatua. Pero no alcanzo a alcnzarla, porque en el camino me caigo al revés. Y me gusta, porque ya no estoy durmiendo, sino en pijama, y ya puedo empezar a fumar cigarrillos.
miércoles, mayo 20, 2009
Amigos, familia,
La presentación es este jueves 21 de mayo, en el Pacha, a las nueve de la noche, y va a haber galletitas y jugo para los que lleguen temprano. ¡Vengan y lean!
Ansiosamente,
Mateo
miércoles, mayo 13, 2009
viernes, mayo 01, 2009
Fin de semana
-Mirá Dolores, yo soy una persona tolerante, pero tengo mis límites. Ya es la segunda miga que cae sobre el mantel. ¿Por qué no usas el platito? Y no respires tan cerca del azucar, ¿Querés? Al final una se mata por educarlos y les terminan saliendo infradotados incapaces de seguir las más básicas normas de convivencia.
Dolores busca las migas por toda la circunferencia del plato pero no encuentra ninguna. Por no contrariar a su madre, usa la palma de su mano derecha para empujar unas migas imaginarias hasta el borde de la mesa, dónde la oportuna mano izquierda las recibe y las tira en el plato.
-No te hagas la viva. No estaban ahí. Ahora ya no están más ¿no ves que estás respirando como un búfalo por toda la mesa? Después igual limpio yo ¿No? Mirá si serás infeliz. Yo a tu edad ayudaba a mi mamá en la casa en vez de andar mandando mensajes de texto y quedándome dormida a media tarde, con todos los libros tirados. Vos y todas las criaturitas de tu edad. Una generación entera con un nivel de memez sin precedentes. Parece que se hacen los estúpidos.
Dolores se mete el último bocado tostada en la boca y lo ablanda con el café. Se paran en silencio. Moni agarra su cartera, Dolores se cuelga la mochila y salen a la calle. Dolores traga la tostada tibia en la vereda helada, y sonríe sin que se note.
-¿Te lo abrochaste bien? Lo único que falta es que me rompas el parabrisas con la cabeza.
Moni saca el freno y pone la llave, pero no la hace girar. Primero se da vuelta y mira a Dolores, sentada rígida en el asiento de atrás, contra la ventana.
-Sos fea ¿Eh? No hay remedio.
Hacen un par de cuadras en silencio. Moni inclinándose a cada rato para mirar a su hija por el espejo retrovisor.
-Dejá de respirar así, Dolores. ¿No tenés dignidad? Es totalmente desagradable. Tratá de dejar un poco de aire para los demás. Si tenés la nariz tapada, sonate, pero no andés respirando por la boca como una prostituta.
Moni frena de golpe para evitar un choque contra un auto en la esquina del colegio de Dolores. Dolores mira al otro auto y ve que el conductor es su profesor de literatura. Sonríe, y esta vez no puede evitar que la sonrisa le llegue a la cara y le estire los labios. El profesor pide disculpas a pesar de que él tenía derecho de paso. Moni, enojada y asustada, toca la bocina con todo el cuerpo.
-Pero que gente estúpida… Quién los manda a subirse a un auto cuando son tan…
-Fue culpa tuya- Interrumpe Dolores.
Moní le clava una mirada fulminante en el espejo retrovisor. Dolores, temblando de furia, sostiene sus ojos en los de su madre.
-Venía por la derecha.
Moní frena frente al colegio y, sin que medie otra palabra, Dolores se baja del auto. Antes de cruzar la puerta, se da vuelta para mirar como se aleja su madre. Después se suelta el rodete, pero el pelo no cae sobre sus hombros como debiera, porque conserva la memoria del peinado carcelario. Hace falta que Dolores suba las escaleras apurada, salteándose escalones, para que el lacio natural vuelva a acomodarse.
Es la primera en entrar a la clase, justo antes de que suene el timbre, y todos los bancos están vacíos. Elige el de más a la derecha de la primera fila y se sienta a esperar. Los demás chicos van llegando y sentándose en sus lugares. Los chicos que hablan en el fondo no ven entrar al profesor, que tiene que pedirles silencio para empezar la clase. Tiene puesta una corbata. Dolores no lo había notado cuando lo vio en el auto. Es una corbata muy linda.
-Espero que hayan tenido un buen fin de semana, porque hoy me lo van a contar. Lo van a escribir. ¿Por qué se quejan? ¿Quieren que sigamos con Macbeth? Me pareció. Pero no quiero que me lo cuenten de cualquier manera, quiero que se traten a sí mismos cómo si fuesen personajes inventados. Por ejemplo, vos, Alejandro, contame algo que hayas hecho en el fin de semana.
-¿Ahora? ¿O lo escribo?
-Ahora, cualquier cosa. Así nomás.
-Esteeeee… fui a lo de Lucho y desarmamos una cortadora de pasto.
-Perfecto. Ahora quiero que te saques de la situación, y la cuentes como si la vieras desde afuera, como si pudieras estar en todas partes a la vez, eligiendo qué contar, descartando lo que no es importante.
-Esteeeee…. Lucho está solo en un… floreado jardín.
Alejandro mira en torno y levanta los brazos, pidiendo aplausos para su adjetivo. Los del fondo aplauden.
-¿Y qué hace Lucho? ¿Cómo lo hace?
-Está desarmando la cortadora de pasto… como absorto.
Aplausos generales. Lucho le choca las cinco.
-¿Y después?
-Lucho se pega una duchita, enjabonándose las partes con esmero. Y se va a dormir plácidamente.
-¿Ya se fue a dormir? ¿Y vos dónde estás?
-Lo estoy mirando de afuera como me dijo, profe.
-Chicas, si se siguen riendo de los chistes del alumno Caruzzo los va a seguir haciendo. Háganme el favor. A pesar de que su compañero se obstina en sabotear mis clases, no está del todo mal el ejemplo. Fíjense todas las cosas que dice, sin decirlas realmente. Cuando dice que el jardín es floreado nos imaginamos que es primavera. Lucho está desarmando una cortadora de pasto y yo salto a la conclusión de que está rota, y que por ende el pasto estará largo. La imagen completa es un poco selvática, con bichos zumbando y montoncitos de tierra de los que hacen los gusanos para salir a respirar cuando llueve.
-Nada que ver.
-Ah, Caruzzo, eso es culpa suya. Si me hubiera dado más detalles, tal vez mi imagen mental sería más atinada. El problema de escribir, chicos, una vez que ya se sabe sobre qué se va a escribir, es decidir que información dar, qué información dejar tácita o insinuada, y que información es completamente innecesaria. Si fallamos en esto, podemos terminar diciendo algo que no queremos. Por ejemplo, cuando Caruzzo elige contarnos que Lucho se enjabona bien las bolas, podríamos tomarlo como un simple comentario sobre la buena higiene personal del alumno Torres. Pero nosotros como escritores tenemos que preguntarnos ¿Por qué elige contarme esto y no otra cosa? Y la respuesta es obvia: Caruzzo es un homosexual reprimido que mira a sus amigos desde afuera mientras se bañan.
Dolores es la única que no se ríe. Pero por dentro sí se ríe. Mucho.
-Bueno chicos. Saquen dos hojas. Tienen hasta las y media y me los voy a llevar para corregirlos, así que escriban claro por favor. Escriban cualquier cosa que les haya pasado desde que salieron del colegio el viernes hasta que entraron hoy a la mañana. No importa si no les pasó nada interesante. Cuéntenmelo como si fuera interesante. A trabajar.
Dolores se agacha y saca una carpeta de la mochila. Muerde la birome mientras mira la hoja en blanco. Los fines de semana los pasa siempre en su casa. Rara vez la dejan ir a lo de amigas. Se encierra en su cuarto y escucha música o lee. Ayer terminó un libro que le prestó su profesor de literatura. Lo mira, sentado detrás del escritorio. Le mira la corbata y piensa “nunca usa corbata. Hoy debe ser un día especial”. Y se larga a escribir.
Casi sin dejar que las palabras pasen por el filtro de la conciencia, describe el desayuno con su madre, el viaje al colegio, el casi choque con el profesor. Cuando llega al momento en que se baja del auto sin decirle adiós a su madre, se detiene y mira la hora. Faltan quince minutos para las y media. Sigue escribiendo, aunque el fin de semana quede atrás cuando cruza la puerta, cuando se suelta el pelo, en las escaleras, en el aula. Sigue escribiendo y cuenta el principio de la clase, los chistes de Caruzzo, las respuestas del profesor. Levanta la mirada de la hoja para verlo de nuevo, a través de un mechón de pelo suelto que le cae sobre la cara. Escribo estas últimas palabras sin dejar de mirarlo.
domingo, marzo 15, 2009
Pueblo chico infierno grande
En mi pueblo vivía un gigante que nos obligaba a servirlo. Su reinado era realmente cruel y el que se le oponía moría aplastado inmediatamente. Era un gigante feliz, que disfrutaba de la vida y del poder, y que sacaba verdadera satisfacción de atormentarnos de las formas más atroces. Estas son algunas de las cosas que nos hacía:
Obligaba a los hombres más fuertes a agarrarse unos de otros por los tobillos, formando un círculo enorme que usaba colgado del cuello como un collar de personas. El juego duraba hasta que uno de los hombres se cansaba y se soltaba. Cuando eso ocurría todos caían y debían colgarse de la ropa y de la barba del gigante para sobrevivir.
Cuando caminábamos por la calle lo hacíamos con terror, porque el gigante acostumbraba arrancarse algún vello púbico y aplicarnos con él unos latigazos tremendos, que rompían la piel y a veces los huesos.
Cuando nos íbamos a dormir, cantaba mal y a los gritos, con una voz que rebotaba contra las montañas y volvía varias veces, rompiendo las ventanas y volviéndonos locos a nosotros y a nuestros perros.
Le arrancaba árboles al planeta como si fueran zanahorias y los tiraba contra nuestras casas, que se derrumbaban o quedaban magulladas.
Se había adueñado de todos los autos del pueblo y los hacía chocar en el campo, haciendo un húmedo “brummmm” con los labios que resultaba en chaparrones aislados sobre todo el pueblo.
Embolsaba las nubes en sus manos y las bajaba hasta la tierra, creando una niebla densa que se metía en todas partes, empapando la ropa y la comida y llenándonos los pulmones de agua.
Y cuando se cansaba de los grandes destrozos, los incendios y las inundaciones, nos torturaba de maneras más particulares. A veces se agachaba y se metía dentro del lagrimal de nuestros ojos y después se paraba de golpe, dejándonos el ojo sangriento y ciego.
martes, enero 27, 2009
El andén
Unos pasos se acercan desde el desierto. A esos pasos les van creciendo lentamente botas de cuero, que se fabrican con el polvo que absorben en su caminar, como si la cercanía del andén le diera a la nada la forma de un hombre que carga en brazos una mujer muerta. Viene caminando por donde solía estar la vía, y en un momento tiene que moverse a un lado para dejar pasar un tren que sólo se escucha.
En el andén lo espera un hombre, cruzado de brazos para que no lo vean temblar. No teme morir, sino matar, sus hijos están entre la pequeña multitud que espera el duelo. Nota con horror que aún tiene el estetoscopio colgado del cuello. Se lo saca y lo esconde en el bolsillo; el que se acerca lo tomaría como un insulto. Alguien le tira un cuchillo a los pies, pero el cuchillo queda en el piso.
En el andén vacío, el viento empuja una lata sobre la plataforma y la deja balanceandose en el borde. A pocos metros, el hombre apoya a la mujer en un banco que ya no está y avanza hacia la otra punta, dejando a la mujer en el aire.
“Vos no la curaste”, sale el odio entre los dientes.
“¿Qué quería que hiciera? Yo no tengo los instrumentos”
“Levantá ese cuchillo”
Mientras el médico duda en silencio, una pareja joven entra al andén por el arco del centro. Ella tiene puesto el buzo de él, y van de la mano, hablando casi en susurros. Pasan entre los dos hombres enfrentados, él le dice algo al oído y ella ríe volcando la cabeza hacia atrás. Como respondiendo a la carcajada, un chico de doce años sale de entre los observadores, se agacha para levantar el cuchillo y ataca. El doctor no llega a detenerlo y el puñal del otro le entra al chico en el cuello.
La pareja llega a la punta del andén y ella patea la lata, que rebota un par de veces y se detiene cerca de donde se terminan las vías. El médico llora con la cara apoyada en la cabeza de su hijo, mientras intenta detener la sangre. “Estamos a mano”, dice el otro mientras camina de nuevo hacia el banco. Después la mujer se eleva y se va, flotando a paso de hombre, hacia el desierto.
lunes, enero 26, 2009
Este título está mal
Ahora que empiezo a escribir, me arrepiento un poco de haber puesto de título “Este título está mal”. Por un lado me divierte la autoconciencia del asunto, pero por otro me parece que se queda en eso, se estanca en un juego pueril. Tal vez debiera decir “El título equivocado”, titulo a todas luces más universal, y también más ambiguamente autocrítico, cosa que me hace bien a nivel personal.
No obstante, una relectura de lo escrito hasta ahora parece indicar que el rótulo es el correcto. Si bien “El título equivocado” en una primera instancia parece mejor, el primer párrafo no es más que una crítica tibia y desarticulada del mismo, lo cual sugiere que el título en última instancia está bien, siendo que describe fielmente lo que sigue inmediatamente.
¡Maldición! ¡Maldita costumbre de releer lo escrito! El segundo párrafo, al reafirmar el título, lo niega, porque el título ya se negaba a si mismo, y negar lo que ya se niega a sí mismo es, de alguna manera, validarlo. Estúpida doble negación.... ¡Ese debiera ser el título!: “Estúpida doble negación”.
lunes, enero 05, 2009
El hombre que pensaba dos cosas a la vez
Una vez pensó una cosa justo en el momento en que estaba pensando eso mismo, y por la columna le subió un cosquilleo eléctrico muy agradable. Otra vez pensó al mismo tiempo dos cosas opuestas y por unos segundos se quedó estupefacto, pensando en nada, que en su caso eran dos nadas o una nada partida a la mitad.
Era un jugador de ajedrez aceptable cuanto mucho, pero se jactaba de ser el único que podía jugar partidas simultáneas. Decía que los demás jugaban partidas individuales alternadamente.
Sin ser muy amigos, disfrutábamos mucho hablando de los más diversos temas. Recuerdo un día en particular en que lo visité y tuvimos un diálogo particularmente interesante. Como era su costumbre, leyó un libro durante toda la conversación. Creo que “La importancia de ser Franco”, de Oscar Wilde. Como dije, esta actitud no era extraña en él, pero aquel día ocurrió algo que me permitió acceder, siquiera un poco, al mecanismo de su mente.
Recuerdo que hablábamos sobre el hipocausto, el ingenioso sistema de calefacción que utilizaban los romanos. Cada vez más entusiasmado con la conversación, empezó a hablar a toda velocidad y a un volumen cada vez más alto. Pero en un momento se detuvo en la mitad de una palabra, levantó la mirada del libro y dijo en una voz clara y cargada por una risa contenida, disculpen que interrumpa, quiero leerle un pasaje, creo que es lo más gracioso que he leído en mi vida. Sorprendido, miré en torno y confirmé que no había nadie más que nosotros.
Después leyó el pasaje en voz alta, pero no pude escucharlo. Sólo podía pensar en una cosa. Se había interrumpido a sí mismo para comentarme algo del libro y nos pedía disculpas a los dos, como si él también fuera otra persona. Como si tuviera dos mentes individuales, independientes una de la otra. Quizás una hablaba alemán y la otra chino. Quizás tenían distintas personalidades y distintos gustos. Pero no, no podía ser así, había dicho que quería leerme un pasaje, lo cual dejaba entender que no tenía necesidad de leérselo a sí mismo. Era como si dos personas idénticas convivieran en un cerebro, compartiendo la información que juntaban por separado.